viernes, 10 de julio de 2009
NOS ESCRIBE MARCELO KÖENIG!!!!
Si te parece bien marcamos una fecha para mediados de agosto. Para mi va a ser un placer ir para allá y conversar con ustedes un abrazo. Marcelo Köenig
NOS SALUDA MIGUEL BARAONA!!!!
Gracias Ricardo! He visitado ambos blogs y me han gustado mucho. Pienso que son un excelente instrumento pedagógico y de difusión, y que de seguro resultarán estimulantes e instructivos para tus alumnos. Yo comentaré más extensamente sobre ellos la próxima semana. Por ahora un gran abrazo y felicitaciones. Miguel Baraona
miércoles, 8 de julio de 2009
GEENaP - ¿UN PLAN B PARA AFRONTAR LA CRISIS “MUNDIAL”?
La primer cuestión que debe analizarse es la misma idea de crisis mundial. Esto es, periodistas, intelectuales y políticos denominan a la actual crisis desatada en Estados Unidos como mundial. Sin embargo, detrás de la idea de que estamos atravesando una crisis mundial se esconde implícita o explícitamente un preconcepto.
En efecto, cuando en un país o región periférica se desata una crisis nunca se la denomina como mundial. Por ejemplo, la crisis de la deuda iniciada en 1982 cuando México declaró en forma unilateral el default de su deuda externa y que terminó arrasando a toda la región latinoamericana nadie la denomino como crisis mundial. Por el contrario, se la conoce como la crisis de la deuda de los países latinoamericanos.
En la actualidad, la crisis se desató en Estados Unidos afectando en forma inmediata, debido a su fuerte relación comercial y financiera, a los países europeos. Es decir, la crisis se inició en los países centrales. Tanto Estados Unidos, como España y Alemania, confirmaron que en estos últimos trimestres sus economías entraron en recesión. En cambio, las economías latinoamericanas en general y la economía argentina en particular, si bien presentan síntomas de desaceleración en sus respectivos crecimientos, siguen creciendo a pesar de la recesión de los países centrales. Pero más allá de esta evolución favorable de gran parte de las economías de América Latina la mayor parte de los analistas denominan a la crisis actual como mundial.
¿Cuál es entonces el preconcepto que se encuentra detrás de esta idea? Que las crisis de los países periféricos no se derraman hacia los países centrales y por lo tanto no se pueden denominar como crisis mundial, pero que las crisis desatadas en los países del centro se contagian automáticamente a todo el mundo. Sin embargo, ninguna de las dos ideas es cierta.
Por ejemplo, la crisis de la deuda a partir del default mexicano no se traslado a los países centrales por la rápida acción del FMI. Efectivamente, el organismo internacional a partir de la crisis de la deuda comenzó a actuar como intermediario entre los acreedores externos y los países endeudados, prestándoles dinero a cambio de los paquetes económicos impuestos por el FMI. El objetivo principal del organismo internacional en representación de los países centrales fue que las economías periféricas endeudadas pagaran los compromisos contraídos en los años anteriores.
¿Qué hubiera pasado si detrás de México, Brasil, Argentina y otras economía periféricas hubieran declarado el default de su deuda externa? En otras palabras, ¿qué hubiera sucedido si el FMI no hubiera actuado rápidamente para garantizar el cumplimiento en el pago de la deuda por parte de las economía periféricas?
La respuesta es sencilla: se hubiera producido una crisis en el sistema financiero internacional lo cual hubiera generado que la crisis de la deuda se trasladara inmediatamente a los países centrales. Por lo tanto, una primera conclusión que se puede extraer es que no es cierto que las crisis generadas en la periferia no se trasladan al centro, sino que la rápida acción de los países centrales es lo que evita el contagio de las crisis.
Esta conclusión nos permite analizar el otro punto: que las crisis desatadas en el centro se trasladan en forma automática a la periferia. Esta idea de inevitabilidad del contagio deriva en una conclusión: los países periféricos no pueden hacer nada para evitar el contagio de las crisis de los países centrales.
Por eso ante esta incertidumbre lo que debemos tener en claro es que esto es una crisis de los países centrales pero no es una crisis mundial debido a que gran parte de las economías latinoamericanas, entre otras, siguen creciendo. Por otro lado, no es inevitable que las crisis del centro se trasladen en forma automática a los países periféricos.
El contagio o no de la crisis del centro a los países periféricos dependerá de los que realicen nuestros gobiernos para evitar el contagio. Así como los gobiernos de los países centrales actuaron rápidamente en la crisis de la deuda para evitar el contagio, en la actualidad los gobierno de los países latinoamericanos deben actuar con la misma rapidez para evitar el traslado de la crisis de los países centrales a nuestras economías.
Pero entonces surge una pregunta central ¿qué deben hacer los gobiernos de los países latinoamericanos en general y de la Argentina en particular para evitar el contagio de la crisis de los países centrales?
El crecimiento del producto depende del aumento de la demanda. A su vez, la demanda puede ser externa y/o interna. Ante la crisis de las economías centrales es inevitable que la demanda externa se contraiga. Por lo tanto, la única forma de evitar el contagio es haciendo crecer la demanda interna.
Por otro lado, es esperable que en un contexto de incertidumbre no sea el sector privado el que motorice el aumento de la demanda interna. Por lo tanto, debe ser el aumento de la inversión pública lo que debe permitir aumentar la demanda interna para sostener el crecimiento económico. De nuevo, el papel del Estado es central para evitar el contagio de la crisis del centro en nuestras economías.
En este sentido, la Argentina no necesita un Plan B para seguir creciendo. Lo que necesita la economía argentina es profundizar el Plan A iniciado en el 2003 con la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia, donde la intervención del Estado se transformó nuevamente en uno de los pilares centrales para el crecimiento económico y la generación de puestos de trabajo.
De esta forma, el fin de las AFJP es una medida central que permitirá la utilización de esos recursos no para la especulación financiera que no genera incremento de la demanda sino más bien para direccionar esa masa dineraria hacia la inversión productiva y la inversión pública para así de esta manera posibilitar el crecimiento de la demanda interna y permitir que la crisis de los países centrales no se transforme en una crisis mundial.
GEENaP - LA CRISIS MUNDIAL Y LA SITUACIÓN DE LA ECONOMÍA ARGENTINA
La crisis iniciada en el 2007 en los Estados Unidos se enmarca en el contexto de la globalización financiera iniciada en la década del setenta como correlato de las políticas neoliberales.
Por un lado, el déficit comercial norteamericano se debió fundamentalmente a la perdida de competitividad de la economía de los Estados Unidos con respecto a las economías europeas y la japonesa y en menor medida frente al avance en la industrialización de algunos países periféricos, sobre todo los denominados tigres asiáticos como Corea del Sur y China.
Por otro lado, la salida de capitales de los Estados Unidos fue producto de las inversiones llevadas a cabo por las corporaciones norteamericanas en el exterior. A lo cual le debemos agregar que gran parte de las ganancias generadas por estas inversiones no retornaron a los Estados Unidos, sino más bien permanecieron en el mercado financiero internacional.
Otro factor que generó un incremento de la liquidez mundial y que por lo tanto constituyó un fuerte estimulo para el desarrollo del capital financiero fue el aumento de los precios del petróleo. Los países integrantes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidieron a partir de 1973 incrementar el precio del insumo.
Esto provocó una gran afluencia de dólares hacia los países productores de petróleo pero que sin embargo al ser en su gran mayoría economías subdesarrolladas no tenían la capacidad de absorberlos en el corto plazo. De esta forma, estos países comenzaron a depositar gran parte de esta masa dineraria en los distintos bancos extranjeros de los países desarrollados dando origen a los denominados petrodólares.
En este contexto de abundancia de dólares en el sistema financiero internacional, en marzo de 1973 se abandonó definitivamente los tipos de cambios fijos para adoptar los tipos de cambios flexibles, desapareciendo de esta manera los acuerdo de Bretton Woods que habían caracterizado a la economía capitalista luego de la Segunda Guerra Mundial.
Todo esto condujo a la inestabilidad permanente de los tipos de cambio generando un contexto de incertidumbre en el cual la especulación cambiaria se transformó en uno de los rasgos estructurales de la nueva etapa del capitalismo.
También se eliminaron las distintas regulaciones del mundo financiero internacional que existían en las economías de posguerra y se liberalizó de esta manera la acción de los operadores financieros, sobre todo a partir de la apertura de los países desarrollados a los movimiento de capital de corto plazo. Es decir, mientras que el escenario de tipo de cambio flexible dio lugar a generosas oportunidades para la especulación cambiaria, la liberalización y desregulación financiera permitió el estimulo al capital financiero en general.
En resumen, el poder financiero aprovechó la crisis del sistema monetario internacional de comienzos de los años setenta y la abundancia de liquidez para presionar y lograr que los distintos gobiernos apliquen la liberalización del mercado financiero. Es así como en tres décadas el capital mutó de un sistema monetario con controles cambiarios y de movimiento de capital, a un mercado en el cual el capital financiero opera con total libertad y en el cual las empresas que llevan a cabo las distintas operaciones financieras son las que obtienen la mayor tasa de ganancia.
Ahora bien, una de las características más sobresaliente de la actual globalización financiera es que se encuentra marcada por una serie de shocks y crisis financieras que se fueron incrementando a medida que la mundialización financiera avanzaba.
Esta multiplicidad de shocks financieros demuestra la “fragilidad financiera” y el “riesgo sistémico” existente en esta nueva configuración del capitalismo conocida como globalización. En otras palabras, la globalización financiera se caracteriza por una fragilidad sistémica que se explicita en las sucesivas crisis financieras que azotan en estas últimas décadas a la economía mundial.
En este contexto se produjo en el 2007 la crisis originada por las hipotecas subprime que ha desencadenado una tormenta que algunos se atreven a comparar con la Depresión de 1929. Esta crisis comenzó en 1998 cuando se aplicó una innovación financiera que terminó con los monopolios de los bancos en la concesión de préstamos hipotecarios para adquirir propiedades inmobiliarias. La innovación consistió en abrir el negocio a todo tipo de inversiones externas e internas que, a través de la Bolsa de Valores, financiaban con su dinero nuevos préstamos hipotecarios. Es decir, un nuevo negocio para el capital financiero internacional.
Esto provocó una nueva burbuja financiera que explotó en el 2007 conduciendo a una nueva crisis mundial. Pues al incrementarse la cantidad de inversiones especulativas en los prestamos hipotecarios se produjo un crecimiento de las inversiones cada vez más riesgosas. Esta crisis que comenzó en el sistema financiero se traslada a la economía real de Estados Unidos al reducirse el crédito, lo cual genera una contracción en el nivel de producción y un aumento de la desocupación.
En esta situación la pregunta central que surge es ¿cómo repercutirá esta nueva crisis mundial en la economía Argentina?. El primer dato llamativo es que mientras que la crisis se inició en el 2007 la economía argentina sigue en un sendero de crecimiento económico. De esta forma la pregunta inmediata es ¿por qué la economía argentina frente a una crisis mundial sigue creciendo?.
Las crisis se propagan al resto de los países básicamente por dos vías: por el sistema financiero internacional y/o por el comercio exterior. Con respecto a la primer vía la economía argentina se encuentra prácticamente inmune. En efecto, a partir del default declarado después de la caída del régimen convertible el sistema financiero internacional se cerró para la economía argentina, lo cual significa que el crecimiento económico iniciado a partir de mediados del 2002 se produjo con ahorro interno. Este fenómeno genera una menor dependencia de la economía nacional ante los vaivenes de la economía internacional.
Por lo tanto, la posibilidad de contagio se puede llegar a producir por vía del comercio exterior. Esto significa que la única posibilidad que la crisis mundial se traslade a la economía argentina es que ante la propagación de la crisis a la economía real se produzca una caída de la demanda de los productos exportados por la Argentina generando una reducción de los precios internacionales. Esto se traduciría en un menor nivel de exportación y por lo tanto en una reducción del superávit comercial. Por otro lado, al caer las exportaciones también se produciría una caída de la recaudación tributaria vía reducción de las retenciones.
Sin embargo, es importante destacar dos cosas. Primero, para que estos suceda la crisis tendría que transformarse en una gran depresión de largo plazo. Segundo, si esto sucede la economía argentina se encuentra en buenas condiciones para afrontarla debido a las altas reservas que posee el Banco Central, el proceso de desendeudamiento que se inició a partir de 2003 (medido en porcentaje del PBI y de las exportaciones) y por los superávit fiscal pasados. De esta forma, si la crisis mundial no se traduce en una gran depresión lo máximo que podría sucederle a la economía argentina es una desaceleración de su ritmo de crecimiento.
También surge una segunda pregunta interesante ¿qué hubiera pasado si esta crisis se hubiera desatado durante el modelo de Convertibilidad?. Esta respuesta se puede responder con un solo ejemplo. En 1994 se produjo la devaluación mexicana como resultado de una crisis económica que venia atravesando el país. ¿Qué pasó en la Argentina?. Una crisis fenomenal conocida como la crisis del “efecto tequila”.
Esto se debió a la fragilidad económica de la Argentina durante el modelo de Convertibilidad caracterizado por el déficit fiscal y el déficit de la cuenta corriente de la Balanza de Pagos. Pero además el modelo de Convertibilidad era altamente dependiente de la deuda externa. Por lo tanto, cualquier vaivén del mercado internacional se traducía en una crisis económica y social en la Argentina.
De esta forma, si esta crisis en un país periférico generó un derrumbe de la economía argentina durante el régimen de Convertibilidad ¿qué hubiera generado la crisis económica que se esta produciendo en la economía más importante del mundo y que se esta trasladando al resto de los países desarrollados?. La respuesta es sencilla: un colapso económico y social.
Esto es así debido a que el régimen convertible instaurado a principios de la década del noventa durante el gobierno del Dr. Carlos Menem y ratificado durante el gobierno de la Alianza era insostenible. Insostenible económicamente debido a que se sustentaba en el aumento de la deuda pública externa. Insostenible socialmente debido a que se traducía en un aumento del desempleo, subempleo, trabajos no registrados, pobreza e indigencia.
En cambio, la economía post devaluación es sustentable desde el punto de vista económico y social. Desde el punto de vista económico en la actualidad la economía argentina ha experimentado cinco años de crecimiento ininterrumpido superando en pesos al nivel del producto pico alcanzado en el año 1998. Pero además mientras que en 1998 la economía argentina marchaba hacia el colapso, el crecimiento post devaluación es acompañado por un superávit fiscal y comercial junto al aumento constante de las reservas del Banco Central. En otras palabras, el crecimiento económico post Convertibilidad no se sostiene en el endeudamiento externo público, lo cual lo transforma en un crecimiento sustentable desde el punto de vista económico.
Pero también es sustentable desde el punto de vista social. En efecto, y a diferencia de los sucedido en el Plan de Convertibilidad, a partir del crecimiento post devaluación se inició una fuerte reducción del desempleo, subempleo, pobreza e indigencia y una leve disminución del trabajo en “negro”.
Entonces la pregunta que surge, sobre todo en un contexto marcado por una eminente crisis norteamericana, es ¿si la economía actual por ser sustentable es invulnerable?. La respuesta es no. Por su puesto que si se produce una depresión mundial de largo plazo que produzca una caída abrupta de los precios internacionales de las materia primas indefectiblemente generara resultados negativos sobre la economía argentina.
Pero la pregunta siguiente entonces es ¿qué economía en el mundo es totalmente invulnerable en un contexto de globalización como el actual? Ninguna. Por su puesto que existen economías más sólidas que otras para enfrentar una crisis mundial. En la economía argentina el primer paso hacia una economía sólida ya se dio a partir de 2003: la construcción de un modelo sustentable desde el punto de vista económico y social.
La Argentina no tiene la capacidad para transformar la globalización financiera en un mercado mundial más estable. Pero si tiene la capacidad para que las crisis recurrentes que se generan a nivel internacional repercutan con la menor intensidad posible en la economía y la sociedad argentina. Eso se logra generando una economía menos dependiente de los vaivenes internacionales, lo cual viene sucediendo desde el 2003.
GEENaP - Presentación
Desde 1930 hasta 1976 se desarrolló en la Argentina el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI); en el cual las distintas políticas económicas, más allá de sus particularidades y diferencias, tenían en líneas generales como objetivo central incrementar el proceso de industrialización del país.
El proceso de la ISI fue posible a partir del abandono de los paradigmas liberales que postulaban, entre otras cosas, la no intervención y regulación del estado en la economía. Durante la primera fase de la ISI (1930-1943), el rol estatal fue funcional a la adaptación de la vieja clase dominante al nuevo contexto mundial.
A partir de 1943 y hasta 1955, el proceso industrializador fue de la mano con un proyecto nacional y popular, cuya base de sustento se encontraba en el sector obrero, el industrial y algunos militares nacionalistas. Esta alianza fue producto de la conducción del estado por parte del peronismo.
Sin embargo, a partir de 1955 se produce una reacción cívico-militar tendiente a “extirpar” al peronismo en tanto expresión política del modelo económico nacional y popular, objetivo que no cumple en profundidad, y que permite la vigencia de la ISI pero con otras características. Recién en 1976, este modelo económico será liquidado en base a la feroz represión al campo popular.
¿Cuáles fueron los rasgos comunes al proceso de la ISI 1930-1976? La industrialización en este modelo de acumulación constituyó el propósito común y permanente de las políticas económicas, siendo la protección arancelaria, el privilegio fiscal y el crédito subsidiado los principales instrumentos de políticas para dicho fin. De esta manera, desde 1930 hasta 1976 se generó un mecanismo de transferencia de recursos hacia el sector industrial.
Una de las características más destacable de este modelo era la importancia del mercado interno como destinatario de los productos industriales producidos en el país; poniendo, de esta manera, un limite a la concentración económica, al ser el salario de los trabajadores la principal fuente de demanda de las mercancías.
Es decir, como gran parte del empresariado local producía para el mercado interno, el salario era visualizado por la mayoría de los capitalistas como un factor de demanda de sus productos. Por lo tanto, no existían incentivos de los sectores dominantes para reducir las remuneraciones de la clase obrera.
De esta forma, se constituyó lo que se denomino la “sociedad del empate” en la distribución del Producto Bruto Interno entre el capital y el trabajo; llegando a principios de la década del cincuenta donde más del 50% del producto era apropiado por los asalariados, mientras que el resto se traducía en beneficio para los empresarios.
Con la dictadura militar de 1976 se interrumpe violentamente el modelo de industrialización sustitutiva y se construyó un nuevo modelo de acumulación: el sistema de valorización financiera. Este nuevo modelo produjo profundas modificaciones de la situación imperante en la argentina hasta ese momento.
En otras palabras, a partir de 1976 se generó un corte en la historia argentina que llevo a cambios políticos, económicos y sociales. En particular, las políticas económicas implementadas por la dictadura militar provocaron una transformación radical del esquema de funcionamiento de la economía argentina vigente desde 1930, es decir, de la Industrialización por Sustitución de Importaciones.
El programa económico aplicado por la dictadura militar produjo una reversión completa de las políticas implementadas en la industrialización sustitutiva, condenando los instrumentos utilizados en este modelo y proponiéndose como objetivos la apertura de la economía, la libre operación de los mercados de capitales, la desregulación de los diferentes mercados y un proceso de privatizaciones; dando por terminado la industrialización como objetivo de las políticas económicas.
Entre las consecuencias más destacables de las políticas económicas aplicadas por la dictadura militar podemos destacar las siguientes: la concentración del ingreso, el aumento de la deuda externa, el incremento de la fuga de capitales, la desindustrialización de la economía argentina, el aumento del desempleo, de la pobreza y la indigencia.
Por otro lado, este modelo económico y social fue profundizado con el retorno de la democracia. En efecto, tanto el gobierno de Alfonsín como los gobiernos de Menem y De la Rua con el régimen de Convertibilidad implicaron una continuidad en las políticas y sus consecuencias al modelo instaurado por la dictadura militar.
A partir de la caída del modelo de Convertibilidad se generó un nuevo contexto favorable a la construcción de alternativas inclusivas. Es así que con el triunfo electoral de Néstor Kirchner, se fue gestando uno nuevo proyecto socioeconómico que permitió salir de la gran derrota de los sectores populares. En este sentido, los “datos duros” de la economía son contundentes. En primer lugar, se verificó un crecimiento sostenido del producto pasando entre el 2003 y el 2007 de 256.023 a 359.189 millones de pesos a precio de 1993. Esto implica que entre el 2003 y el 2007 el Producto Bruto Interno experimentó un crecimiento promedio del 8,8% anual.
Pero al mismo tiempo, y a diferencia del modelo anterior, este crecimiento económico se sostiene con un superávit comercial, fiscal y en el crecimiento permanente de las reservas en poder del Banco Central.
Con respecto a la balanza comercial se experimentó durante el crecimiento post convertibilidad un superávit comercial sostenido. Mientras que en el 2003 el superávit comercial fue de 16.088 millones de dólares, en el 2004 fue de 12.130, en el 2005 de 11.417, en el 2006 fue de 12.305 y por último en el 2007 la balanza comercial arrojó un superávit de 11.072 millones de dólares.
Por otro lado, junto con el superávit comercial se verificó un crecimiento de las exportaciones con mayor valor agregado. En efecto, a partir del crecimiento post convertibilidad se produjo un aumento de las exportaciones de manufactura de origen industrial, las cuales pasaron del 26,9% al 31,1% de las exportaciones totales entre el 2003 y el 2007.
Al mismo tiempo la sostenibilidad del nuevo crecimiento económico post convertibilidad se verifica en el superávit fiscal permanente. En efecto, mientras que el resultado financiero, es decir, el superávit fiscal luego de haber pagado los servicios de la deuda pública, fue de 11.261,1 millones de pesos en el 2003, en el 2004 fue de 9.133,3, en el 2005 fue de 2.321,8, en el 2006 fue de 6.379,9 y en el 2007 fue de 5.128,1 millones de pesos.
Pero es importante destacar que a diferencia de épocas pasadas este superávit fiscal no se consiguió como resultado de políticas de ajuste sino más bien debido a la mayor recaudación tributaria llevada a cabo por el Estado Nacional. Mientras que el gasto total público creció de 45.927,5 a 137.656,0 millones de pesos entre el 2003 y el 2007, los ingresos totales pasaron de 57.188,6 a 142.693,6 millones de pesos durante el mismo período.
Pero al mismo tiempo se produjo una importante reducción de la deuda pública nacional, la cual pasó de 191.296 a 137.113 millones de dólares corrientes entre el 2004 y noviembre de 2007. Visto de otra forma, mientras que la deuda pública total representaba el 126% del producto bruto interno en millones de dólares corrientes y el 553% de las exportaciones en millones de dólares corrientes en el 2004, ese porcentaje se redujo al 53,2% y al 245% respectivamente en noviembre de 2007.
Pero junto con el superávit comercial y fiscal se experimento un crecimiento sostenido de las reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina. En efecto, las reservas del Banco central se incrementaron de 10.500 a 46.176 millones de dólares entre el 31 de diciembre de 2002 al 28 de diciembre de 2007. Este aumento de las reservas internacionales fortalece fuertemente la economía argentina a desalentar y evitar cualquier tipo de corrida bancaria.
Por esta mayor sustentabilidad conseguida a partir del superávit comercial y fiscal unido al aumento de las reservas del Banco Central, se produjo a partir de la caída de la Convertibilidad un significativo crecimiento de la inversión que permitió sostener la nueva fase de crecimiento económico. La inversión bruta interna fija creció de 36.659 a 81.693 millones de pesos a precio de 1993 entre el 2003 y el 2007. Esto generó que mientras la participación de la inversión bruta interna fija en el producto bruto interno a precios de 1993 era del 14,3% en el 2003, este porcentaje se incrementara al 22,7% en el 2007.
A su vez, el sector manufacturero durante este período recuperó parte de la centralidad perdida en la etapa anterior. La producción industrial se incrementó de 41.952 a 59.203 millones de pesos a precios de 1993 entre el 2003 y el 2007; lo cual implica que la industria tuvo un crecimiento del 41,1% durante este período.
Sin embargo, no sólo el crecimiento económico de la gestión kirchnerista es sustentable desde el punto de vista macroeconómico sino también, y más importante, desde el punto de vista social. Efectivamente, a partir de la nueva fase de crecimiento económico se verificó una recomposición significativa del mercado de trabajo.
Esto es incomprensible sin referirnos a la alianza social que expresa el proyecto kirchnerista, la cual se basa, a nivel empresarial, en algunas grandes industrias muy dinámicas y en una gran cantidad de PYMES, contando por su parte, con el apoyo de la fuerza política aportada por el movimiento obrero organizado y los desocupados representados en las organizaciones sociales. La recomposición del trabajo provino del desarrollo manufacturero expresado por esta alianza, que contó con los beneficios que otorgaba el tipo de cambio alto, la disminución de la especulación financiera a partir de la reducción de las tasas de interés y control de capitales, y el congelamiento de tarifas de las empresas proveedoras de energía. Esto no podría entenderse sino a partir de la voluntad política del gobierno con del apoyo del campo popular, que en conjunto permitió llevarlas adelante en desmedro del capital europeo vinculado a las empresas privatizadas prestadoras de servicios y del capital financiero internacional. Esta alianza “pro-trabajo” fue la que derrotó al ALCA en Mar del Plata apuntando a un capitalismo de vertiente latinoamericana.
En todo este marco, la desocupación se redujo del 20,4% al 9,8% entre el primer trimestre de 2003 y el primer trimestre de 2007, la subocupación disminuyó del 17,7% al 9,3% durante el mismo período. Esta reconstrucción del mercado de trabajo se tradujo en una reducción de la pobreza y la indigencia, junto con una mejora en la distribución del ingreso.
Todos estos datos demuestran que a partir de la caída de la gestión de Néstor Kirchner y el crecimiento económico post devaluación se inició una nueva etapa en la economía argentina, rompiendo con un modelo de desarticulación económico y social que se venía desarrollando desde la dictadura militar de 1976. A partir del crecimiento post convertibilidad se consolidó año tras año un nuevo modelo económico y social sustentable.
En este sentido, el Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP) se constituye con el objetivo de profundizar el análisis de la economía argentina junto con la difusión de las distintas investigaciones realizadas con el fin central de colaborar con la consolidación del nuevo modelo económico y social iniciado el 25 de mayo del 2003.
Eduardo Luis Gorosito, Jose Cornejo, Juan Santiago Fraschina, Juan Carnagui, Horacio
Bustingorry, M. Victoria Garcia Martin, Pablo Cotado, Enrique Manuel de la Calle, Jorge Gabriel Intile y Ariadna Somoza Zanuy
MIGUEL BARAONA - Breve Biografía
Miguel Baraona, es chileno y estudió sociología en Francia y obtuvo un doctorado en antropología en la Universidad de Texas en Austin. Ha trabajado en México, los Estados Unidos y recientemente en Costa Rica, países en los que se ha desempeñado como docente e investigador en varias universidades. Desde el año 2001, comenzó a escribir y publicar un conjunto de obras, que intentan capturar la naturaleza compleja y novedosa de un período histórico que el autor define como la “transición a la hipermodernidad”. Dentro de este esfuerzo de largo aliento, su trilogía sobre etnicidad y pensamiento social (Ecos cercanos, Reflejos en un espejo fracturado, y Buscando el centro) busca llenar un vacío teórico dentro del vasto campo de los estudios sobre el proceso de modernización capitalista, mediante lo que él define como el análisis simultáneo de la constitución de “los tres pilares de la iniquidad” (clasismo, racismo y sexismo), sobre los que se sostienen nuestras sociedades en transición a la hipermodernidad.
ALDO FERRER - Las perspectivas de la economía mundial a partir de la crisis del 2008
13-11-2008
La especulación financiera alentada por la desregulación de las transacciones en mercados inundados por la liquidez generada por el déficit de los pagos internacionales de los Estados Unido y otros factores, culmina en un desorden gigantesco del mundo del dinero. La intervención masiva del Estado de esos países para restablecer el orden y, seguramente, sostener la demanda efectiva para limitar el contagio en la economía real, reinstala la presencia de las políticas públicas en el comportamiento de las economías nacionales y del sistema global.
Ahora, en el marco de la crisis mundial del 2008 y de los pobres resultados del neoliberalismo en nuestros países, volvemos a confrontar con el desafío de analizar la realidad desde nuestras propias perspectivas y diseñar estrategias viables de desarrollo, nacional y regional, dentro del orden global. Es necesario, entonces, recordar la trayectoria de los acontecimientos que culminaron en la situación actual, explorar el rumbo posible del orden mundial a partir de la resolución de esta crisis y sacar las conclusiones pertinentes a la posición de nuestros países en la globalización.
1. De la “escasez de dólares” al patrón dólar. A partir de1945 y en el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos cumplieron un papel decisivo en la reconstrucción de las naciones que participaron en la Segunda Guerra Mundial, principalmente, de las economías de Europa occidental y Japón. Inicialmente, los déficits de pagos de esos países con los Estados Unidos fueron cubiertos con programas de ayuda, como el Plan Marshall y medidas proteccionistas y de control de cambios de los países deficitarios.
En ese entonces, la “escasez de dólares” reflejó los desequilibrios de los pagos internacionales de la posguerra. Hacia finales de la década de 1950 la rápida recuperación de Europa y Japón permitió la progresiva liberalización del comercio y el abandono de las restricciones a los pagos internacionales.
A partir de allí se produjo una transformación radical en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos y de la economía mundial. La economía norteamericana comenzó a generar crecientes déficits en su balance comercial y en la cuenta corriente del balance de pagos, derivado de la baja propensión al ahorro de la población, las inversiones de filiales de empresas norteamericanas y el déficit fiscal acrecentado por los compromisos militares en el exterior, agravados en situaciones de guerra, como sucedió en Vietnam en 1966-1972 y actualmente en Irak y Afganistán.
El déficit fiscal y en los pagos internacionales refleja el hecho de que el gasto de la economía de la primera economía del mundo excede el ingreso generado por la producción nacional de bienes y servicios más los ingresos por los capitales norteamericanos invertidos en el resto del mundo. Este cambio en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos provocó varias devaluaciones del dólar respecto de las otras monedas principales, las cuales no restablecieron el equilibrio en los pagos norteamericanos.
En definitiva, el país no se vio forzado a ajustar su gasto al ingreso debido a su posición hegemónica en la economía mundial. La misma le confiere el privilegio de que su moneda nacional sea reconocida como el principal medio de pago internacional y de formación de reservas en el resto del mundo. De hecho, éste funciona como mercado financiero interno de los Estados Unidos con una capacidad ilimitada de absorber la oferta de dólares resultante del déficit norteamericano.
En la década de 1960, varios países cambiaron sus tenencias de dólares por las reservas de oro norteamericanas. El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon suspendió las ventas de las reservas oficiales oro. Éste fue el final del régimen de tipos de cambios con paridades fijas referidas al oro, inaugurado con los acuerdos de Bretton Woods.
En diciembre del mismo año, los gobiernos del Grupo de los Diez establecieron, en el Acuerdo del Smithsonian, el nuevo régimen de paridades flotantes. De allí en más no prosperaron iniciativas para sustituir la creación de liquidez internacional en torno del patrón dólar por medios alternativos, como los derechos especiales de giro y, por lo tanto, de imponer finalmente un proceso de ajuste a la economía norteamericana. El sistema siguió así funcionando con el déficit continuo de los pagos norteamericanos y la acumulación de dólares en el resto del mundo.
La consecuente expansión de la liquidez internacional posibilitó la emergencia de nuevas operaciones denominadas en dólares en el resto del mundo (los eurodólares).
Otra fuente adicional de liquidez surgió con el aumento de los precios del petróleo a fines de 1973 y los petrodólares en manos de los miembros de la la Organización de los Países Exportadores de Petróleo. Este proceso de aumento de la liquidez a un ritmo que multiplicaba el crecimiento de las transacciones reales convergió con la cada vez más profunda globalización de la economía mundial.
En efecto: el comercio mundial creció a tasas vecinas al 10% anual desde el fin de la guerra en 1945 hasta principios de los años ’70. A su vez, la expansión de las corporaciones transnacionales integró las cadenas de valor escala planetaria. Al interior de las matrices y sus filiales surgieron excedentes, cuyo rendimiento, en mercados financieros cada vez más integrados, convirtió al arbitraje de las variaciones de paridades y tasas de interés en una actividad tanto o más importante para la rentabilidad que la producción misma.
Simultáneamente, la revolución informática y de las comunicaciones facilitó la integración de las plazas financieras, los bancos internacionalizaron sus operaciones a escala planetaria, surgieron diversidad de operadores no bancarios involucrados en las corrientes de capitales y se multiplicaron los activos y pasivos financieros y sus derivados.
En la década de 1970 ya estaba constituido un mercado financiero global, operativo, atendiendo a las diferencias de horario entre Tokio y Nueva York, las 24 horas siete días a la semana. En los mercados de cambios, cuyas operaciones diarias superan, actualmente, u$s2 billones, el 95% corresponde a movimientos de capitales especulativos de corto plazo. El cambio de expectativas y los comportamientos en manada de los operadores, contribuye a formar burbujas especulativas y a la volatilidad que caracteriza a los mercados financieros contemporáneos.
2. De Keynes al neoliberalismo. A fines de la década de 1960 y principios de la siguiente se acumularon tensiones inflacionarias en la economía mundial. Las principales economías industriales registraron aumentos de precios de dos dígitos bajo el impacto de políticas fiscales expansivas y, en el caso de los EE.UU., los gastos por la guerra de Vietnam. Simultáneamente, aumentaron los precios de los alimentos y materias primas, en parte, impulsados por la especulación en commodities.
Entre 1972y 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron y terminaron de configurar un escenario de alta inflación simultáneamente con la desaceleración de la economía mundial y el aumento del desempleo. Fue el período de stagflation que culminó con el abandono del paradigma keynesiano, prevaleciente desde la década de 1930 y durante el período dorado de la posguerra (1945-1970).
A partir de entonces, la lucha contra la inflación se convirtió en el objetivo dominante de la política económica de los países centrales. El aumento de las tasas de interés profundizó las tendencias recesivas en la economía mundial y deprimió los precios de los productos primarios. América latina, que se había endeudado en la fase expansiva del crédito internacional, quedo atrapada por servicios que excedían su capacidad de pagos.
La crisis de la deuda latinoamericana y el inicio de la “década perdida de los ’80”, se formalizó con la suspensión de los pagos de la de México en agosto de 1982. A comienzos de la década de 1980, Ronald Reagan y Margaret Thatcher consolidaron las nuevas orientaciones de la política económica de los países centrales en torno de la desregulación de los mercados, la apertura de las economías, la reducción de la intervención del Estado y la prioridad de la estabilidad de los precios en las políticas monetaria y fiscal de los países centrales.
En América latina estas políticas, definidas como el Consenso de Washington, dieron lugar a estrategias que, en la Argentina, culminaron con el endeudamiento hasta el límite de la insolvencia y la extranjerización del control de los principales sectores y empresas de la economía. Los tipos de cambio sobrevaluados, prevalecientes en varios países en el transcurso de la década de 1990, debilitaron la competitividad de las economías y atrajeron capitales especulativos, en un escenario de abundancia del financiamiento internacional.
Las políticas “neoliberales” fueron propicias para la continua expansión de las corrientes de capitales especulativos. En la década de 1990 y principios de la siguiente, el proceso fue favorecido por las políticas de bajas tasas de interés en los Estados Unidos, las cuales estimularon el consumo a crédito y, en el caso de los inmuebles, dieron lugar a un sustancial aumento de sus valores y a una nueva plataforma para el mayor aumento del crédito hipotecario.
La sofisticación de los intermediarios, en un contexto desregulado, multiplicó la diversidad de activos financieros y aumentó su rentabilidad sobre fundamentos insustentables.
Finalmente, la crisis de las hipotecas subprime arrastró a la totalidad de los mercados financieros, incluso a las operaciones interbancarias y al crédito. Entre principios de octubre del 2007 y el 2008, la caída de los valores en todos los mercados de capitales del mundo supero los u$s27 billones, equivalentes a casi dos veces el PBI de los Estados Unidos y el 40% del mundial.
3. EL REGRESO DEL ESTADO. En diversos momentos, la especulación globalizada dio lugar al estallido de crisis en los mercados, como sucedió con las caídas de las acciones puntocom, la insolvencia de algunos operadores y los problemas de deuda de varios países de Asia, Rusia y América latina. Sin embargo, en ningún caso, hasta el descalabro del 2008, la crisis comprometió a la totalidad de las plazas de los países centrales (inclusive las operaciones bancarias y el crédito de consumo e inversión) y al mercado financiero internacional ni afectó, como ahora, a la economía real.
Probablemente, antes del fin de este año 2008 la intervención masiva de los gobiernos de los países centrales en los mercados financieros pondrá un piso a la crisis del mundo del dinero y comenzará una recuperación de valores. Seguramente surgirán nuevos marcos regulatorios que eviten en el futuro trastornos de vasto alcance, como el actual. Las consecuencias de estos hechos sobre la economía real están en pleno proceso. En los Estados Unidos, la pérdida de riqueza virtual provocada por la caída de los valores de los activos financieros y reales y el alto nivel de endeudamiento de las familias, está deprimiendo el consumo y, como arrastre, la inversión. Cabe esperar ahora otras intervenciones públicas para sostener la actividad y el empleo. El paradigma
neoliberal se ha derrumbado en el marco de una crisis de amplio alcance.
El enfoque keynesiano, destinado administrar la demanda agregada para sostener la producción y el empleo, vuelve a instalarse, en el marco de una presencia masiva del Estado en el funcionamiento de los mercados, con dos fines principales: por una parte, restablecer el orden en el funcionamiento del mundo del dinero con vistas a ponerle un piso a la caída de valores de acciones y deuda, que no tiene relación con los datos reales de la economía, como no la tuvo, en la fase del auge, la subida explosiva de las cotizaciones. Las supuestas “expectativas racionales” de los mercados que, en la realidad, son la expresión extrema de la especulación irracional, será rescatada por las “decisiones racionales” de los Estados de las mayores economías industriales. Por la otra, sostener la demanda agregada, la producción y el empleo en las economías nacionales
y, por lo tanto, mantener las corrientes de comercio e inversiones privadas directas internacionales.
4. LA FUNCIÓN KEYNESIANA DE LA ECONOMÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS. En este escenario subsiste el extraordinario rasgo del orden global contemporáneo referido al déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y a la disponibilidad del resto del mundo de financiarlo, absorbiendo papeles de deuda y dólares norteamericanos. Las reservas internacionales del resto del mundo están constituidas en dos terceras partes por dólares y las mayores economías han invertido gran parte de sus excedentes de pagos internacionales en deuda de la tesorería norteamericana. Esta situación plantea el interrogante de qué sucedería con el sistema monetario internacional si los países acreedores se desprendieran masivamente de sus activos financieros denominados en dólares.
La pregunta es, probablemente, irrelevante, porque no es previsible que la Unión Europea, Japón, China, ni ningún otro de los gobiernos de las mayores economías del mundo se desprenda masivamente de sus tenencias de dólares. Por dos motivos principales: por una parte, porque nadie está interesado en desestabilizar el sistema. Por la otra, porque el déficit norteamericano expande la demanda agregada a nivel mundial e impulsa la producción y la acumulación de capital del resto del mundo.
Detengámonos brevemente sobre esta segunda cuestión. El déficit de los pagos internacionales de la economía norteamericana instaló una función keynesiana a nivel global. Algunas de las economías más dinámicas, como fue la de Japón en su fase de expansión y, actualmente, China, tienen una capacidad de generación de excedentes y de ahorro que no es totalmente absorbida por la inversión, aunque supere, como en China, el 30% del PBI. La baja capacidad de absorción de las economías superavitarias más dinámicas refleja la distribución interna del ingreso y tasas de ganancias, que no encontrarían destino en la inversión si no fuera por el déficit de los Estados Unidos.
Además, el ingreso en los mercados mundiales de bienes producidos en economías emergentes de bajos costos y salarios, contribuyó a moderar las presiones inflacionarias en las economías avanzadas.
En definitiva, todos se benefician con la situación. La población norteamericana se permite un nivel de gasto superior a su ingreso y las economías superavitarias una tasa de acumulación y crecimiento mayor, en el contexto de la expansión de las actividades de la frontera tecnológica y la profunda transformación de la estructura productiva.
La interdependencia de las principales economías es así profunda y en todos los planos, incluso en la dinámica ahorro-inversión. América latina también se benefició porque el dinamismo de las economías emergentes de Asia confirió nuevo impulso a la economía mundial y, en los últimos años, contribuyó al aumento de la demanda de alimentos, energía y materias primas, que se reflejó en un sostenido aumento de precios de los commodities.
5. PERSPECTIVAS. Está por verse si la salida de la actual crisis de la economía internacional modificará, o no, ese comportamiento de la economía de los Estados Unidos.
Si sucede, será probablemente gradual con una depreciación del dólar respecto de las principales monedas, el fortalecimiento de la competitividad de la producción norteamericana y el aumento del ahorro interno. Respecto de los países superavitarios, la respuesta está en la ampliación de los mercados internos y el consecuente aumento de la capacidad de absorción, en primer lugar en China e India, cuyas poblaciones constituyen el 40% de la mundial. Esto requiere una redistribución progresiva del ingreso en esos países. Una tercera vía, viabilizada por la mayor presencia de los Estados en la asignación de los recursos, sería emplear parte de los excedentes de los países superavitarios en programas de desarrollo de los países y regiones atrasados del planeta y de preservación del medio ambiente.
Pasada la extraordinaria crisis del 2008, se verá que siguen en pie los mismos problemas anteriores al tsunami financiero actual. Vale decir, las asimetrías en la capacidad de los países de gestionar el conocimiento y crecer, las agresiones al medio ambiente, las amenazas a la paz y la seguridad internacionales. Es posible, aunque poco probable, que los países centrales saquen conclusiones de estos hechos y observen que, con esfuerzos muchísimo menores que los empleados para rescatar al sistema de sus propios problemas, sería posible poner en marcha programas de cooperación internacional.
Los mismos serían decisivos para acabar, en plazos históricos breves, con las calamidades que afectan a centenares de millones de seres humanos y, en ese contexto, contribuir a erradicar la violencia, el narcotráfico y otros azotes observables en el mundo contemporáneo. Permitirían, también, transferir la actual función keynesiana del déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos a los programas de cooperación para el desarrollo económico y humano a escala planetaria.
¿Qué enseñanzas nos dejan los acontecimientos actuales a países en desarrollo, como la Argentina y los hermanos de América latina?: en cierto sentido, nada nuevo.
Concluir que, para defenderse de las turbulencias externas, es preciso tener la casa en orden, es decir, operar con sólidos equilibrios macroeconómicos en las finanzas públicas y los pagos internacionales. Concluir, también, que el desarrollo económico sigue siendo lo que siempre fue, es decir, la construcción de cada sociedad, en su espacio nacional, de las sinergias esenciales para desplegar su potencial de recursos, generando y asimilando el conocimiento disponible.
Vale decir que los acontecimientos actuales vuelven a demostrar el papel fundamental de la densidad nacional de los países para vivir con lo suyo, abiertos al mundo, en el comando de su propio destino. Así como Keynes vuelve al Norte, aquí, en el Sur latinoamericano, vuelven Raúl Prebisch, Celso Furtado y los otros fundadores del estructuralismo latinoamericano, como referencia esencial para enfrentar con éxito los desafíos que plantea la emergencia de un nuevo orden mundial a partir de la resolución de la extraordinaria crisis del 2008.
Aldo Ferrer
Director Editorial
de Buenos Aires Económico
ALDO FERRER. El orden mundial emergente después del crack
Publicado el 19/3/2009 |
El descalabro de la globalización financiera y su impacto sobre la producción, el empleo y el comercio mundiales ponen de manifiesto cuatro hechos principales que Aldo Ferrer destaca entre ellos que el sistema financiero es inviable sin regulación. Que modificaciones se pueden realizar, aquello que no se va a modificar y un posible orden mundial futuro son objeto del siguiente trabajo. |
ALDO FERRER. El contexto mundial y el ocaso del neoliberalismo
19-03-2009 /
Estos niveles gigantescos de deuda se han difundido en el sistema global. Según el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, los movimientos transfronterizos de capital pasaron a representar del 5% del PBI mundial en 1990 a cerca del 25% en la actualidad. Esos movimientos son esencialmente de fondos especulativos como lo revela el hecho de que de los más de u$s2 billones que se mueven diariamente en los mercados de cambios del mundo, el 95% corresponde a operaciones especulativas de arbitrajes de tasas de interés, cotizaciones bursátiles y paridades de divisas.
El desarrollo de la globalización financiera fue facilitada por la revolución informática que redujo drásticamente los costos de transacción entre todas las plazas financieras. Pero, sobre todo, fueron facilitadas por la desregulación de las transacciones promovidas por los gobiernos de los países centrales, bajo el liderazgo norteamericano.
En el pasado, la globalización financiera soportó varios momentos críticos provocados por crisis de deuda de países emergentes, derrumbe de cotizaciones en algunos sectores económicos o insolvencia de agentes financieros. Pero, todos esos episodios, afectaron segmentos parciales del mercado, no se generalizaron a todo el mundo del dinero ni contagiaron severamente a la economía real de los países y al comercio internacional. En la actualidad, en cambio, la crisis inaugurada, en el 2007, con el derrumbe de las hipotecas subprime norteamericanas y que alcanzó su máxima intensidad en la segunda mitad del 2008, es una conmoción que abarca a las actividades especulativas y al crédito a la actividad económica real.
El derrumbe compromete a la totalidad del sistema, a las mayores entidades de los principales países e implica, una pérdida de riqueza virtual, comparable a la registrada durante la gran crisis mundial de los años ’30. El colapso de las cotizaciones es de una dimensión gigantesca. Entre fines del 2007 y a la actualidad, el valor de mercado de los activos financieros negociados en todas las Bolsas de Valores del mundo, cayó en alrededor de u$s30 billones. La pérdida equivale a dos veces el PBI norteamericano y el 40% del PBI mundial. El desplome de más del 90% del valor de mercado de entidades financieras emblemáticas es asombroso.
EL OCASO DEL NEOLIBERALISMO. La crisis no sólo es una enorme perturbación de la “coyuntura”, del corto plazo. Implica el derrumbe del mundo del dinero que fue el principal eje organizador de las relaciones económicas internacionales de las últimas décadas y de la ideología hegemónica de los países centrales del sistema. Ideología que tanta influencia ejerció en América latina, bajo el paradigma del Consenso de Washington. En nuestra región, el predominio de la estrategia neoliberal durante el largo período de la hegemonía del mundo del dinero, debilitó el proceso de transformación y no resolvió los problemas sociales y la desigualdad prevalecientes. Existen experiencias nacionales diversas, pero ésa fue la tendencia predominante. La Argentina proporciona el ejemplo más extremo de este proceso.
Los intereses del campo financiero conformaron la ideología dominante en la economía mundial, el neoliberalismo. El liberalismo clásico promovió la liberación de los mercados reales y monetarios en condiciones de equilibrio macroeconómico. En cambio, el neoliberalismo impulsó la liberalización, aun a costas de tales equilibrios, si el resultado era aumentar la demanda de crédito y las oportunidades de la especulación. De este modo, los países centrales promovieron en las economías en desarrollo rápidas y profundas reformas “estructurales” pro mercado, sin la adecuada evaluación de los costos y beneficios de tales reformas y su impacto sobre el desarrollo y los equilibrios del sistema.
En su tiempo, Raúl Prebisch denominó “pensamiento céntrico” a las ideas, con las cuales las potencias dominantes organizaban el orden mundial. La ideología del mundo del dinero reinstaló la hegemonía de las ideas de las mayores economías industriales. En los centros, esa ideología debilitó el crecimiento de la producción y el empleo y fue determinante en la evolución macroeconómica, el empleo y la distribución del ingreso. Finalmente, provocó la actual crisis mundial. En la periferia fue fatal, porque, al mismo tiempo, debilitó los procesos de transformación productiva y la capacidad de gestionar el conocimiento.
La visión neoliberal explica el apoyo de los mercados y el FMI, a políticas de tipo de cambio de equilibrio de mercado (TCEM). El mismo es determinado por la oferta y demanda de divisas en el corto plazo, aun cuando, en el mediano y largo, provoque desequilibrios inmanejables y frene el desarrollo. Éste es un fenómeno particularmente observable en los países subdesarrollados especializados en las exportaciones de productos primarios. Las consecuencias de la apreciación del tipo de cambio fueron desestimadas porque aumentaba la demanda de fondos para financiar los crecientes desequilibrios macroeconómicos y las oportunidades de la especulación financiera. Las entradas de capital especulativo reforzaron la apreciación cambiaria. La experiencia argentina, bajo el programa económico del período 1976-1982 y durante el régimen en la década del ’90, es el más claro ejemplo en esta materia.
No toda la periferia se subordinó a la ideología neoliberal. América latina fue su escenario principal. En cambio, los países emergentes de Asia, reiterando el patrón de conducta del Japón durante su acelerado desarrollo de la posguerra, no se sometieron al pensamiento céntrico. Los Estados nacionales sostuvieron tipos de cambio de equilibrio desarrollista (TCED). Sus políticas activas jugaron un papel fundamental en la capacidad de gestionar el conocimiento, asimilar tecnología y transformar la estructura productiva incorporando las actividades industriales de la vanguardia tecnológica. Construyeron capitalismos nacionales fundados en procesos endógenos de acumulación, abiertos al mundo, al comercio exterior y la inversión privada directa extranjera, pero manteniendo el comando nacional de la acumulación y el protagonismo de las empresas locales. Tal fue la experiencia de los “tigres asiáticos”, principalmente, Corea y Taiwán, y de los dos “gigantes”: China e India.
Varios de esos países, cometieron deslices financieros creando, en sus mercados internos, burbujas asociadas a la especulación financiera, como sucedió, por ejemplo, con la crisis de Corea de 1997. Pero, antes, habían respondido bien a los desafíos de la globalización, a través de la transformación de sus estructuras productivas y el fuerte contenido nacional de su estrategia. De este modo, a breve plazo, a diferencia con la crisis de la deuda de América latina, resolvieron las crisis financieras, sin perder el comando de su proceso de desarrollo. De todos modos, la fuerte contracción del comercio internacional golpea más intensamente ahora a los países en los cuales las exportaciones jugaron un papel más importante en su transformación productiva y crecimiento. El caso más notorio en la actualidad es Singapur.
En resumen, el desafío que enfrentamos ahora no es sólo responder a las consecuencias de “coyuntura” de la crisis, sino replantear, al mismo tiempo, la estrategia de desarrollo, integración regional e inserción en el orden mundial globalizado. La primera tarea es, entonces, entender, desde nuestras propias perspectivas, el funcionamiento del sistema global para diseñar estrategias válidas de desarrollo.
ALDO FERRER - Breve Biografía
Aldo Ferrer
Economista y político argentino. Doctor en Ciencias Económicas recibido en la Universidad de Buenos Aires en 1953 con su tesis doctoral "El Estado y el Desarrollo Económico" publicada en 1956. Ha sido profesor de Economía en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad de Buenos Aires.
Funcionario de la Secretaría de las Naciones Unidas (1950-1953) y agregado económico de su país en la embajada de Londres en 1956, fue Ministro de Economía y Hacienda de la provincia de Buenos Aires, 1958-1960.
Coordinador de la Comisión Organizadora del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, (1965-1967) y primer Secretario Ejecutivo de CLACSO (1967-1970) fue nombrado Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación y posteriormente Ministro de Economía y Trabajo de la Nación durante la presidencia de Roberto Marcelo Levingston. En el ejercicio de dicho cargo elaboró un plan de desarrollo que habría de ser implantado durante el quinquenio 1971-1975. Asimismo, hizo frente a las difíciles circunstancias por las que atravesaba su país (déficit fiscal y exterior, e inflación) con una política económica radical que originó malestar social. Tras ser destituido Levingston en 1971, Ferrer fue mantenido al frente del ministerio por el gabinete del nuevo presidente de la República, Alejandro Agustín Lanusse. Posteriormente presidió el Banco de la Provincia de Buenos Aires, 1983-1987.
En la actualidad es uno de los economistas más activos en la denuncia de los efectos negativos de los fenómenos globalizadores sobre los países periféricos.
MIGUEL BARAONA. El fin de la ilusión. De los “treinta gloriosos” al lumpencapitalismo
Entre escándalos financieros, descalabros bancarios y estafas colosales, el capitalismo avanzado de nuestros días, se derrumba. Así, el mar de la historia parece arrastrar, trozo a trozo, hacia sus profundidades, los escombros del gran castillo de arena neoliberal erigido penosamente a lo largo de los últimos veinte años. Es el fin, por mucho tiempo postergado, de un espejismo económico con poco o ningún asidero sólido en la realidad. Pero este desenlace dramático, no es sino el episodio postrero de un largo ciclo económico que se inicia en el período de posguerra, cuando la economía mundial se recupera de la Segunda Guerra mundial y ese otro cataclismo capitalista, que se remonta a los años treinta del siglo pasado.
No es sino a partir de 1945, que la economía capitalista mundial se recupera con plenitud, luego de su debacle temprana a partir del crack financiero de 1929. Desde antes de la Segunda Guerra, se observa que la economía de los países capitalistas se define cada vez más como una modalidad avanzada de capitalismo de Estado, impulsado por una serie de intervenciones estatales en la esfera económica a medida que se aplican las recetas del economista británico, John Maynard Keynes en Estados Unidos, Europa Occidental y en otras naciones del orbe. A partir de entonces, el capitalismo de Estado pasa a ser un rasgo permanente del andamiaje productivo, financiero y político de nuestras sociedades modernas de posguerra, hasta mediados de la década del setenta, en que comienza a ser desmantelado en forma parcial. Pero al mismo tiempo que el capitalismo de Estado pasa a ser una característica esencial del capitalismo moderno [i] , la economía mundial progresa luego del fin de la guerra con bastante velocidad. Se inicia así, un ciclo de tenue desarrollo capitalista, cuya primera fase aún frágil e incipiente de recuperación, se gesta entre el fin del período agudo de la gran depresión (1937) y el comienzo de la Segunda Guerra mundial (1939). Es un ciclo caracterizado por una etapa de crecimiento muy lento y frustrante, que no se trasciende sino mediante la reactivación intensa de las economías industrializadas, a raíz de la Segunda Guerra mundial. La verdad es que la Gran Depresión sólo se supera mediante la destrucción en gran escala que acompaña al auge de la economía de guerra, como fruto del terrible conflicto.
Al terminar la guerra, el Plan Marshall y la reconstrucción de Europa Occidental y del Japón, proveen los estímulos indispensables para el comienzo de los que muchos economistas han definido como la edad de oro del capitalismo, o como los “treinta gloriosos” de desarrollo económico mundial [ii] , que va de circa 1945 a 1975. Es un período de expansión del bienestar popular, sin precedentes en al historia económica moderna desde comienzos del siglo XIX, cuando el capitalismo industrial irrumpe en la escena europea y se extiende al resto del mundo. Pero era sólo una fase dentro de un ciclo más amplio que comprende esa expansión inicial, seguido de otra fase declinante. A partir más o menos de la mitad de la década del setenta del siglo XX, se inicia un período de estancamiento del desarrollo a favor de las grandes mayorías trabajadoras, y que responde a una contracción crónica de la tasa de ganancia de las empresas capitalistas. Es parte de un macrociclo que fuese bien tipificado hace mucho tiempo por el economista ruso Kondratieff, quien a fines del siglo XIX, había establecido en forma empírica mediante una gran masa de datos estadísticos, la morfología de estos largos ciclos capitalistas de expansión, estancamiento y contracción de la economía mundial. Entre 1945 y 1975 se produce la fase de expansión; entre 1975 y 2007 la de estancamiento [iii] ; y entre 2008 y (¿?), la de contracción y crisis, que podría ser a su vez el preludio de una nueva fase Kondratieff A de crecimiento dentro también de un nuevo macrociclo general de la economía capitalista. Pero así como no puede negarse que existe esa posibilidad de restauración capitalista, hay asimismo la alternativa de iniciar procesos de transición al socialismo, en todos aquellos países en los que la resistencia popular se convierta en insurrecciones políticas organizadas, en contra de la tiranía del capital.
Siguiendo otra línea de análisis anterior, pero que resulta a mi parecer complementaria a la de Kondratieff, Marx había argumentado que el capitalismo está regido por lo que el llamó, con un lenguaje característico de la época, la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Esta ley fue presentada por él en el tercer volumen de El Capital , pero desgraciadamente no pudo explorar de manera exhaustiva la forma como el capital se adapta a esta limitante endógena. En todo caso, vista dentro del contexto económico catastrófico de hoy, la explicación de Marx asume nuevos ribetes de dramática vigencia.
De manera magistral, simple y a la vez profunda, Marx explica cómo a nivel microeconómico de cada empresa, la tasa de ganancia se reduce con cada ciclo productivo, si no hay un incremento constante del capital variable [iv] ; es decir, del capital invertido para aumentar la productividad del trabajo en nuevas máquinas, tecnologías y métodos de explotación de la fuerza laboral, y que se convierte de este modo en capital fijo una vez que se incorpora y se agrega a los medios de producción ya existentes. En otras palabras, la ampliación constante del capital variable, necesaria para incrementar la tasa de ganancia, empuja a su vez a una ampliación constante del capital total al convertirse, una vez invertido, en nuevos instrumentos y medios de producción que pasan a conformar parte integral del capital fijo acumulado. Pero esta ampliación constante del capital variable mediante la dinámica recién descrita, implica un sistema económico en permanente necesidad de ampliación en su fase expansiva; y, por ende, de competencia más y más acerba entre empresas capitalistas que luchan por el control del mercado y la consiguiente eliminación de sus rivales. Ocurre que la destrucción o absorción de empresas rivales desemboca siempre en la concentración de los medios de producción y el capital en manos de un número cada vez menor de empresas. Lo que, en otras palabras, se traduce en monopolios cada vez más poderosos que imponen condiciones de creciente arbitrariedad tanto a los trabajadores como a los mercados. Cuando la economía capitalista general alcanza ese punto crítico en que los monopolios dominan casi completamente el mercado, se inicia una fase Kondratieff B, de estancamiento económico prolongado.
Ese es el talón de Aquiles del capitalismo, y la causa primaria, estructural e insoslayable que conduce a lo largo de muchos recovecos al monopolio, la sobreproducción, la caída de los salarios reales, la desigualdad económica creciente entre clases sociales y, finalmente, al estancamiento crónico y las crisis cíclicas. Los tecnicismos que explican en detalle esta ley, son demasiado complejos para abordarlos aquí, pero es necesario señalar que los macrociclos económicos descritos por Kondratieff (un historiador y economista liberal y sin ninguna conexión intelectual con el trabajo de Marx), son la forma exterior y prolongada mediante la cual se manifiesta la tendencia endógena a la caída de la tasa de ganancia general del capitalismo. Es decir, que esa ley descubierta y descrita por Marx, se manifiesta gradualmente y en forma cada vez más acentuada, de manera que luego de un período de expansión, sobreviene un estancamiento que precede a una fase declinante, la que a su vez conduce de manera inevitable a una depresión severa, cuando se alcanza un punto extremo de sobreproducción y de caída del consumo.
A partir de circa 1973-75, la tasa de ganancia comienza un declive que será duradero y cada más acentuado. A la tendencia natural a la disminución de la ganancia en el capitalismo, se suman acontecimientos históricos y fenómenos económicos a escala mundial, que agravarán a aún más a nivel macroeconómico, el mecanismo macroeconómico básico que empuja a la caída de la tasa de ganancia en cada centro productivo capitalista. Vemos cómo a partir de la década del sesenta del siglo pasado, se genera un incremento gradual de la competencia al incorporarse en forma cada vez más amplia e intensa a la economía mundial, los nuevos poderes capitalistas emergentes, como Europa Occidental (especialmente Alemania), Japón y, posteriormente, los tigres asiáticos.
Así llega en forma eventual a su fin una fase de expansión económica sin precedente en la historia moderna, y comienza, también, el largo descenso hacia la crisis actual. El período de expansión económica de la posguerra (que muchos han denominado los “gloriosos treinta”, en referencia a las tres décadas aproximadas de su duración), es de crecimiento notable de acuerdo con todos los indicadores tradicionales (inversión, salarios reales, PIB, etc.). Pero sobre todo, es notable por el avance que se registra en los indicadores sociales, que debieran ser los criterios más importantes para medir la expansión económica, pues no sólo nos hablan de crecimiento, sino de desarrollo en su sentido más amplio. En esta fase ascendente del macrociclo descrito por Kondratieff, el quintil estadístico con menores ingresos de la población, mejora su nivel económico con mayor rapidez que el más alto, lo cual es precisamente lo opuesto de lo que sucede durante la fase declinante. Es la fase en la que el capitalismo puede darse el lujo de beneficiar a ciertas capas asalariadas y, al mismo tiempo, garantizar elevadas tasas de ganancia.
La tasa decreciente de la ganancia, a la que se suma una competencia cada vez más acérrima dentro del capitalismo, empuja a la búsqueda de alternativas que permitan sostener un retorno económico más satisfactorio, a nivel de cada empresa en particular, y del capitalismo en general. Varias serán las nuevas estrategias proseguidas por el capitalismo para intentar solventar este problema, y cada una de ellas ayudará a mantener la tasa de ganancia por empresa a niveles satisfactorios, al tiempo acentúa las mismas causas que empujan al estancamiento a nivel económico general. Mientras mayor sea el empuje hacia el aumento del capital variable en cada empresa, mayor será también el clima general de competencia entre empresas. Por ello, aunque el efecto global sobre la totalidad del sistema económico será nocivo [v] , una de estas estrategias a nivel microeconómico, consiste precisamente en la intensificación e innovación tecnológica constante aplicada a la esfera productiva. Ello parecería en principio poner de manifiesto la naturaleza progresista del capitalismo, puesto que impulsa de manera permanente al desarrollo tecnológico, basado en la creatividad empresarial y la innovación científica y tecnológica. Pero esto no es más que una ilusión óptica pasajera. La intensificación y renovación tecnológica aplicada a la productividad permite sostener los retornos económicos por empresa [vi] , pero tiene a su vez, el efecto general de agravar la competencia entre capitales antagónicos, misma que conducirá en forma irremisible a la eliminación de los rivales y, por consiguiente, al monopolio.
El monopolio es retrógrado, puesto que implica una inversión menor en renovación de los instrumentos productivos lo que, a su vez, tiene tres consecuencias indeseables que llevan al estancamiento económico general: 1. Las bases mismas de la libre competencia son erosionadas, destruyéndose con esto el estímulo económico mismo que impulsa al capitalismo en su fase de auge [vii] . 2. Se retrae, además, el impulso progresista del capital hacia la innovación tecnológica y la investigación científica aplicada. 3. La calidad de los productos desciende y los precios son más elevados. A consecuencia de la combinación letal de estos tres efectos indeseables de la concentración del capital, el estancamiento económico se vuelve crónico, la tasa de ganancia tiende a reducirse aún más que en condiciones normales de competencia, y la única escapatoria que aún queda es reducir los salarios reales de los trabajadores.
En el capitalismo monopólico y transnacional de nuestra era, lo anterior se ha conseguido mediante numerosos ardides pero, sobre todo, mediante la transferencia del aparato industrial y productivo a aquellos países con más bajos salarios mínimos y con mayores facilidades para ejercer en forma descarnada la explotación del trabajo. De modo que al final de cuentas, la globalización transnacional impulsada por el neoliberalismo, no es más que la expresión tangible de esta estrategia del capitalismo monopólico.
En el pasado, mientras los mercados domésticos operaban como compartimentos estancos, relativamente separados, y bajo el control omnímodo de los capitalistas nacionales, la competencia a escala planetaria entre distintos centros nacionales capitalistas se agravó considerablemente, en especial luego del fin de la Segunda Guerra mundial. De este modo, los mercados domésticos cautivos eran en parte erosionados mediante el capital monopólico nacional en auge. Pero, a nivel internacional, la competencia se intensificaba de manera tal, que las empresas foráneas continuaban representando un serio peligro para los monopolios nacionales que habían conseguido eliminar a sus rivales internos [viii] , o convivir con ellos al especializarse en distintos nichos de consumo.
El ejemplo más palpable de ese proceso, lo constituye la industria del automóvil, gran motor dinámico de la economía capitalista de posguerra. Luego de que GM, Chrysler y Ford consiguen aplastar a sus otros competidores menores en los Estados Unidos, proceden a compartir, con pocas áreas reales de fricción, el mercado doméstico cautivo que esto genera, estableciéndose así como capitales monopólicos sobre la base de destruir los fundamentos del libre mercado. Pero luego de algunos años de bonanza, el regreso económico triunfal de Europa Occidental, Japón y otros países asiáticos, representa el surgimiento de nuevos y cada vez más enconados rivales económicos internacionales que empiezan a desplazarlos de los mercados mundiales y, finalmente, a destronarlos dentro del propio mercado nacional norteamericano.
Así surgen las corporaciones transnacionales, que intentan distribuir geográficamente diversas ramas de la producción y administración, en un conjunto de distintos países que les ofrecen ventajas comparativas desde diversos puntos de vista: salarial, impositivo, de las regulaciones ambientales, de las leyes laborales, de la infraestructura, etc. Este impulso hacia la formación de enormes empresas transnacionales nace del poder económico de los monopolios que pueden abarcar todo el planeta con sus redes de inversión y manufactura; y de la necesidad de abaratar costos de producción, sobre todo accediendo a mano de obra barata. Con este fenómeno de grandes proporciones, se inicia un nuevo ciclo de globalización que se torna más extenso y más profundo a medida que la fase Kondratieff B, de declive gradual, domina cada vez más la escena económica global. Este declive, que genera una globalización al servicio de los intereses de las transnacionales, alcanzará su culminación en la década de los noventa, cuando el neoliberalismo se convierte en la doctrina económica oficial del capitalismo.
Pero el neoliberalismo triunfa como doctrina económica y social, no por sus “bondades” intelectuales o sus méritos científicos, sino porque las condiciones dentro del proceso de acumulación de capital a nivel mundial, se inclinan con fuerzas a su favor. En la misma proporción en que el capitalismo decae, con él decaen también todos sus marcos de referencia ideológica e intelectual. Es un colapso que se anuncia en todos los frentes del quehacer humano asociados con el capitalismo. El neoliberalismo, con su pobreza analítica y la demencia de sus propuestas prácticas, es la lápida que consigna el comienzo del fin de un sistema y su civilización. El neoliberalismo, se propone derribar todos las barreras nacionales que obstaculizan la expansión transnacional del capital, y su caballito de batalla son los llamados “tratados de libre comercio”, que en realidad no son otra cosa que tratados de libres inversiones que garantizan el desarrollo de los grandes monopolios capitalistas, y que buscan condiciones propicias para abaratar los costos de producción, y permitir su instalación simultánea en varios países al mismo tiempo. La apertura comercial facilita, además, la exportación de las mercancías y servicios producidos en los países periféricos donde la mano de obra es muy barata, a los centros metropolitanos, donde se consumen la mayoría de los productos manufacturados a bajo costo en el tercer mundo [ix] .
La industrialización transnacional de la periférica del sistema promovida por el neoliberalismo es, entonces, una industrialización truncada, pues los países que son objeto de la inversión capitalista de los grandes monopolios, generalmente reciben ramas parciales y aisladas de una misma industria, sin tener acceso al proceso completo de fabricación, ni al complejo tecnológico que lo sustenta. Es, con algunas raras excepciones parciales, como Corea del Sur y China, una falsa transferencia de tecnología y manufacturas del centro a la periferia. Se trata de la proliferación de ramas incompletas de fabricación y montaje, en naciones que siguen siendo económicamente dependientes, y que sólo son receptoras de segmentos incompletos de una industrialización que sigue favoreciendo a las compañías capitalistas afincadas en el centro del sistema mundial.
El flujo comercial de la periferia al centro se incrementa, pero todo es una fachada que encubre el único hecho de verdad relevante: que sigue siendo una producción metropolitana emplazada en territorios periféricos, pero no ligada en forma orgánica a las economías de estas naciones. Las empresas transnacionales siguen vinculadas en forma orgánica a los países del centro, y su único interés consiste en explotar al máximo los factores ventajosos de producción en los países dependientes, pero sin que ello represente mayor beneficio duradero para estos últimos. No obstante, la propaganda a favor de estos procesos, intenta mostrarlos como un legítimo intercambio comercial entre economías nacionales soberanas e interdependientes. En esta gran ficción económica, México, por ejemplo, aparece como el principal socio comercial de los Estados Unidos. Sin embargo, no es strictus sensus la economía de México la que en efecto produce, exporta y se beneficia con este flujo de mercancías y servicios baratos hacia el norte, sino las compañías que operan en ambos países al mismo tiempo. México contribuye con su dañado medio ambiente, sus obreras y obreros baratos, su corrupción que engrasa los enmohecidos engranajes de la burocracia nacional, la falta general de garantías sociales efectivas para los trabajadores, y una democracia cuestionable, dotada de un sistema político bien controlado por las elites del poder y el dinero. No es, por consiguiente, el Sur conquistando, o recuperando terreno económico frente al coloso del Norte. Es, por el contrario, el Sur siendo utilizado a destajo por el Norte, con el fin de producir barato para beneficio casi exclusivo de este último. Pero el bombardeo ideológico incansable de los medios corporativos y el consenso entre las elites, levanta densas cortinas de humo que impiden, de momento, ver el crudo trasfondo de la nueva economía que emerge como fruto de la expansión trasnacional del capitalismo.
El poder económico sigue, entonces, residiendo en los países metropolitanos -aunque como señalaré más adelante, estos también comienzan a sufrir severas distorsiones estructurales en la organización de sus economías nacionales. En último término, el capitalismo transnacional y la globalización neoliberal, empujan de modo inexorable al sistema en su conjunto por la senda del desastre. El capitalismo consigue aplazar el colapso general por un par de décadas, pero al hacerlo, profundiza aún más las condiciones objetivas que presidirán sobre su eventual caída. Se sube más alto, sólo para caer luego desde mayor altura.
Por otra parte, las desregulación creciente de los mercados financieros que promueve el neoliberalismo desde fines de los ochenta, permite no sólo la expansión del capital transnacional mediante las libres inversiones y la libre comercialización, sino también, la repatriación sin límites ni regulaciones, de las ganancias [x] . El capital transnacional manufacturero y de servicios, que surge con ímpetus al entronizarse el neoliberalismo, se comienza a estancar de nueva cuenta, debido a los grandes monopolios que dominan ramas enteras de la economía y sofocan el mercado [xi] , la caída de los salarios reales, la cada vez mayor desigualdad entre los dos quintiles mas elevados y los dos quintiles mas bajos de la pirámide de la riqueza, [xii] y a la competencia día a día más ríspida entre megaempresas capitalistas que luchan por aniquilarse o devorarse las unas a las otras. Ya desde inicios de los años ochenta -poco antes del ascenso del neoliberalismo y, como de costumbre, frente al estancamiento prolongado del capitalismo- se comienzan a recorrer las conocidas etapas [xiii] que conducen a las burbujas financieras que sustituyen cada vez más al ciclo económico normal de producción y consumo, con la inflación monetaria y la especulación desenfrenada.
Al cabo de apenas una década de neoliberalismo desbocado, cuando despunta el nuevo siglo, comienza a hacerse evidente que el frenesí de la especulación financiera se ha convertido en su momento final de descomposición, en una gigantesca pirámide internacional de Ponzi. En un esquema perverso en que miles de empresas financieras y bancos interconectados dentro de un complejo sistema internacional de vasos comunicantes, palanquean sus activos, brindan crédito barato a cualquiera que lo solicite, y hacen pingues negocios sin siquiera poseer un flujo de caja que permita cubrir los intereses de las deudas contraídas entre sí. Es un sistema seductor y letal en el que los protagonistas hacen ganancias sin precedentes. Así, pequeños círculos de magos financieros hacen fortunas de la noche a la mañana, recurriendo a actos de prestidigitación donde se especula con dinero inexistente, se hacen promesas de criminal irresponsabilidad a millones de inversionistas, se adelantan créditos de alto riesgo a diestra y siniestra, y se pretende que la burbuja puede inflarse ad infinitum . Así, el frenesí especulador se nutre de su propio éxito inicial, la burbuja crece sin control, y la codicia desmedida se apodera por completo de los círculos financieros.
Es una conjura delirante, impelida por la corrupción y la codicia sin límites de un capitalismo terminal. Se trata de una espiral especulativa en apariencia infinita, pero que se nutre de sus propias entrañas en un movimiento acelerado y sin descanso hacia adelante, pero que está destinado a desplomarse tarde o temprano con estrépito. Y ello ocurre, por fin, en julio del 2007, cuando Wall Street se estremece al ver con pánico como se derrumba el gigante financiero Bear Sterns, quien admite de manera pública la insolvencia de dos de sus principales fondos de inversión [xiv] . Eso echa a rodar una bola de nieve que no ha cesado de crecer hasta hoy, y que sorprende tanto a “expertos” financieros como a la población en general. De este modo, una prolongada crisis estructural que despunta a mediados de los setenta, resultado del estancamiento que produce la caída histórica y general de la tasa de ganancia, y que ha sido enmascarada durante mucho tiempo por medio de burbujas financieras cada vez más grandes, estalla, y pone al descubierto las debilidades inherentes a todo el sistema capitalista.
La real magnitud de la burbuja financiera que aún está en proceso de desinflarse, es un misterio para todos, puesto que los bancos ocultan y/o desconocen el tamaño real de sus propios créditos y bienes financieros tóxicos. Según algunos, esta burbuja habría alcanzado proporciones tales [xv] , que ella supera con creces al conjunto de la economía mundial. Si esto fuese así, ello implicaría que no hay suficiente dinero en todo el mundo para apagar esta conflagración, y que resulta una total futilidad intentar hacerlo con los diversos paquetes de rescate y estímulo que se han arrojado a la hoguera, sin importa cuan grandes ellos sean. Al final del día, el incendio financiero que avanza sobre la llanura económica, reseca y propicia a su incineración, terminará devorando igualmente todos esos esfuerzos desesperados por apagarlo.
Pero debo insistir en que la crisis financiera no es más que la punta del iceberg, o la consecuencia y detonante de la actual depresión, ya que en último análisis son las prolongadas dificultades para elevar la tasa de ganancia del capital, las causas profundas que subyacen escondidas bajo el agua de esta tormenta económica. Al estallar, la burbuja financiera ha desencadenado, con todas sus fuerzas apenas contenidas hasta hoy, el factor esencial que domina los procesos económicos mundiales, y que oculto tras las bambalinas, ha determinado la marcha de la economía global durante los últimos treinta y cinco años.
La transnacionalización del capital, que permitió el crecimiento de las llamadas “economías o mercados emergentes”, convirtiéndolos en nuevos centros dinámicos de acumulación del capital, surgieron gracias a sus bajos costos de producción y, de ese modo, también, dinamizaron al conjunto de la economía global. Pero a la larga esto ha resultado ser fatal, creando nuevos desequilibrios globales de difícil solución. Uno de los nuevos desequilibrios resultad de los procesos de desindustrialización que supuso la transferencia masiva de manufacturas y servicios a la periferia del sistema, para los centros económicos metropolitanos en Estados Unidos y en Europa Occidental. Ello forzó una transición en estos últimos países a la llamada “economía de la información”, que no es más que el auge del sector terciario y de servicios públicos y privados, en detrimento de la base industrial y manufacturera, que se traslada hacia países con bajísimos salarios mínimos y escasas regulaciones ambientales y laborales, como China, México, India, América Latina en su conjunto, etc. Pero incluso esa economía de servicios, siguió la tendencia general marcada por la industria manufacturera, y comenzó a ser exportada hacia países donde la retribución al trabajo es muy pequeña, en comparación con Estados Unidos y Europa Occidental.
Ello supuso tanto la destrucción de lo que quedaba del Estado keynesiano y benefactor de posguerra en las naciones del centro, y una exacerbación de las presiones hacia la baja de los salarios reales de los trabajadores en estas economías, con el fin de elevar la tasa de ganancia en los países metropolitanos. La expresión política de estos imperativos económicos será el ascenso de los neoconservadores durante los regímenes de Reagan y Thatcher. A partir de entonces, los sindicatos son gradualmente eliminados o reducidos a la impotencia; se disminuye el gasto social para favorecer los subsidios ocultos o abiertos (bajo la forma sobre todo de reducción de tarifas e impuestos) a las grandes empresas transnacionales; y los asalariados ven caer en forma alarmante el poder de compra de sus ingresos.
Los hogares de los quintiles medios e inferiores de las diversas economías metropolitanas, se esfuerzan por recuperar el terreno perdido, mediante la incorporación cada vez mayor de las mujeres al mercado laboral junto a los hombres [xvi] . Los hogares de las capas medias y proletarias en los países de capitalismo avanzado, recurren cada vez más al endeudamiento privado, con el fin de mantener un nivel de consumo más satisfactorio. Para el año 2008, la deuda de los hogares norteamericanos corresponde ya al 90% de PNB, y cerca del 80% de sus ingresos anuales se destinan al pago de las diferentes deudas agregadas. Esto es grave, pues hay que recordar que el 75% de la economía norteamericana depende directamente del poder de sus consumidores. La situación, por lo tanto, se torna insostenible. Poco a poco el pago de tarjetas de crédito, hipotecas y otras deudas, se convierte en una carga agobiante para un número creciente de hogares y deudores metropolitanos. Esto marca el comienzo del fin. Pues desde la base misma corroída de la economía, el edificio entero empieza a desmoronarse. La gran pirámide de Ponzi se desploma, erosionada en sus frágiles cimientos, por la acumulación de la insolvencia de los hogares y los consumidores en general.
Pero antes de llegar al punto de ruptura, la burbuja financiera que inicialmente buscaba mantener la capacidad de consumo de los mercados internos en los países metropolitanos (sobre todo en los Estados Unidos) mediante el crédito fácil y barato, entró en una etapa final (1998-2008) de frenesí especulativo. Fue una fase corta, pero igualmente desastrosa. Una fase de descomposición terminal, que pone de manifiesto no sólo la inmoralidad esencial que de una economía fundada en la codicia, sino también, las limitantes estructurales que definen al capitalismo. La ilusión se disipa, y así, sin ninguna gloria y con mucha pena, se transita hacia el lumpencapitalismo, y de este, al abismo. Hoy estamos ya cayendo hacia el fondo de este precipicio, pero sin saber su verdadera profundidad, ni por cuanto tiempo tendremos que descender antes de estrellarnos contra el fondo.
Creo que no es en absoluto aventurado pronosticar que esta crisis será aún peor que la Gran Depresión de comienzos del siglo XX. Se trata de una economía global mucho más grande, mucho más interdependiente, y por ello la burbuja financiera es descomunal y tardará mucho más tiempo en desinflarse por completo que en previas recesiones. Debido a la globalización transnacional, el contagio entre naciones será también mucho más intenso y de una escala mucho más amplia y compleja que en el pasado. Será difícil para las distintas economías nacionales, tomar medidas efectivas dado que una parte importante de sus aparatos productivos están unidos de manera tan inextricable a la economía global, y no dependen sólo de la manipulación económica doméstica. Las economías insertas con mayor profundidad y amplitud en la globalización transnacional, serán aquellas que sufran más. Asimismo, aquellas naciones que poseen una mayor capacidad de intervención estatal en la economía doméstica, asociada con un mejor control de sus flujos económicos con la economía global, serán las que mejor resistan la pandemia. Aquellas naciones que se han orientado hacia modelos de desarrollo basados esencialmente en la industrialización para exportar, serán golpeadas con especial virulencia. También economías que dependen demasiado de un sólo producto de exportación y no han buscado fomentar la sustitución de importaciones por medio de las manufacturas y la producción doméstica, decaerán en forma alarmante. Quizás, dentro de esta última categoría, únicamente aquellos países que producen materias primas esenciales para la economía mundial, como el petróleo y otras, verán su economía ascender impulsada por la hiperinflación que seguirá al proceso deflacionario inicial en el cual estamos inmersos en este momento [xvii] .
Esta es, en efecto, la primera crisis económica mundial, en el sentido estricto del concepto. Por ello, tampoco es descabellado pensar que esta será una crisis prolongada, y que con muchas probabilidades, se desenvolverá siguiendo una “L” y no una “V”, como creen los más optimistas. Es decir, que no será una brusca caída económica seguida de una recuperación igualmente fulminante, como sugiere una recesión tipo “V”. Más bien, lo que se visualiza, a mi juicio, es que luego del colapso y la brutal deflación de activos y riqueza que hoy vemos como producto inmediato del estallido de la burbuja financiera, sobrevendrá un período largo de estancamiento e inflación, en el que los precios de las materias primas y los alimentos crecerá mucho más rápido que la economía y los salarios en su conjunto. Y ello, debido a la casi segura devaluación del dólar. Cuando China ya no pueda solventar el déficit y la deuda de los Estados Unidos mediante voluminosas compras de bonos del tesoro norteamericano [xviii] , este último país deberá declararse insolvente y el dólar dejará de ser la moneda internacional de referencia. Ello implicaría que Estados Unidos no podría seguir emitiendo dólares a destajo para salvar su economía por la vía fácil del endeudamiento crónico, y tendría que enfrentar las consecuencias de sus desaciertos financieros y económicos, igual como se ve forzada a hacerlo el resto de las naciones del orbe. Todo ello dependerá de la resiliencia de la economía China para cargar a hombros el peso muerto de la economía norteamericana [xix] .
Lo cierto es que solventar la crisis financiera no representa más que la solución de una pequeña parte del problema, ya que los problemas derivados de una baja tasa de ganancia continuarán plagando al capitalismo. Es obvio que la destrucción de una parte de la riqueza acumulada y de las empresas existentes todavía [xx] , aunada a la pérdida de poder competitivo de muchas economías nacionales, abrirá un nuevo espacio para un desarrollo capitalista futuro. Pero esto se verá ralentizado por la caída aún mayor del poder adquisitivo de los consumidores durante la crisis, la reducción de los salarios reales, y la severidad de la desigualdad socio-económica entre los quintiles superiores e inferiores de la población, heredada de treinta y cinco años de incremento de la brecha entre ricos y pobres, y entre capitalistas y trabajadores, en todo el mundo. Una vez que el impacto inmediato de la crisis financiera comience a ser superado, estaremos aún sumidos hasta el cuello en la crisis de estancamiento estructural del capitalismo.
Suele pensarse que el keynesianismo de Franklin D. Roosevelt, permitió la recuperación de la economía norteamericana luego de la Gran Depresión, facilitando a su vez una reactivación del conjunto del capitalismo mundial. Pero la receta keynesiana, que sugería un déficit fiscal considerable y grandes inversiones estatales en infraestructura y obras públicas para solventar la Gran Depresión, apenas si resultó un paliativo. En realidad el capitalismo mundial continuó arrastrándose a lo largo de la recesión, sin conseguir reestablecer tasas de crecimiento satisfactorias [xxi] . El keynesianismo, entonces, no es una cura radical que elimina el problema económico por completo, pero tendrá la virtud, desde el punto de vista capitalista, de salvar al sistema del estallido social y revolucionario que también amenaza con destruirlo por completo.
Al final de cuentas, no será sino la Segunda Guerra mundial, con su secuela de horrores y destrucción, la que se convierte en el resorte mágico que permite la reactivación económica del capitalismo languideciente. Hoy debemos detenernos con parsimonia y pensar en forma cuidadosa la lección histórica que encierra la experiencia de la Gran Depresión. Lo que ella indica, es que el colapso del capitalismo entonces fue devastador no sólo por sus consecuencias económicas, sino por la lucha fratricida y la carnicería en una vasta escala a la que condujo apenas una década luego de haberse desencadenado. Tenemos que preguntarnos seriamente, ¿cuáles son las probabilidades de que el mundo se hunda otra vez en guerras de gran escala a raíz de la presente depresión? La respuesta, a mi juicio, es que, por desgracia, esa probabilidad será alta. Uno de los primeros síntomas que manifiestan la respuesta de las naciones capitalistas a la depresión en curso, ha sido elevar la retórica sobre la defensa del comercio internacional y la globalización neoliberal, al tiempo en forma solapada comienzan a implementar medidas proteccionistas que contradicen tan “loables” propósitos.
El proteccionismo en auge, sin dudad destruirá los fundamentos de la globalización neoliberal y al mismo tiempo acentuará, durante el período álgido de la depresión que aún está por venir, las luchas entre naciones capitalistas desarrolladas, por el control del comercio internacional, sobre todo en el área de materias primas y alimentos. Pero en general, el declive del nivel de vida de los ciudadanos a nivel mundial, agravará las contradicciones de clase a nivel interno dentro de cada país. Frente a ello, igual que tantas otras veces en el pasado, muchos Estados buscarán por la vía dolorosa pero expedita de los conflictos armados, reestablecer su hegemonía interna uniendo a sus poblaciones tras un esfuerzo bélico nacional. Las tareas de los progresistas del orbe, consistirá por ende en oponerse a las guerras al servicio de las elites dominantes, e impulsar el socialismo como única respuesta válida y viable ante los horrores generados por el capitalismo en proceso de derrumbarse. El socialismo no surgirá sólo como una alternativa deseable, sino como el único camino posible para la salvación de la humanidad.
Notas
[i] Ni siquiera el neoliberalismo, en sus expresiones más virulentas a favor del “libre mercado”, ha conseguido eliminar por completo al capitalismo de Estado. En general, lo que se ha hecho más bien desde comienzos de los noventa del siglo pasado, es eliminar toda forma de capitalismo de Estado que pueda servir a las necesidades populares, para acentuar sólo aquellas intervenciones estatales que favorecen a los intereses privados y al gran capital. En el discurso neoliberal que todavía campea entre las elites del poder y los medios a su servicio en nuestros países capitalistas, toda forma de intervención estatal que favorezca en forma muy ligera a los trabajadores y asalariados, es definido como “socialismo”, mientras que el capitalismo de Estado que interviene de manera exclusiva en beneficio de los grandes capitales privados, es denominado, como una acción a favor de un mítico libre mercado. Ninguna de las dos visiones corresponde a la realidad, puesto que el capitalismo de Estado es la negación del socialismo verdadero, y al mismo tiempo su rol central en nuestros días, reduce el concepto de libre mercado a una utopía absurda, como lo ha sido desde los días lejanos de Adam Smith.
[ii] Ver: Sammer Dossani y Noam Chomsky. 18-2-09. “Understanding the Crisis- Markets, the State and Hypocrisy” en, Noam Chomsky’s ZSpace Page .
[iii] Al respecto recomiendo leer la entrevista al economista Robert Brenner: Seongjin Jeong Hankyioreh. 24-02-09. “Un análisis histórico-económico clásico de la actual crisis. Entrevista a Robert Brenner” en, Rebelión .
[iv] Ver: Carlos Marx. 1962(1866). El capital . Vol. II- XIII. pp. 233-253. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales.
[v] Sin hablar del impacto depredador constante y en aumento que sobre el entorno natural tendrá tal estrategia.
[vi] El aumento del capital variable mediante la renovación permanente de los instrumentos productivos, se traduce en una fuga constante hacia adelante, y en una rivalidad aún más acendrada entre capitalistas, con el agravante de que la intensificación tecnológica supone también intensificación del capital y, naturalmente, un aumento de los costos de producción y una reducción de la tasa de ganancia que no es compensada a plenitud por el aumento de la productividad.
[vii] Y ello a pesar de toda la retórica vacía del discurso oficial a favor del libre mercado. Ver: Michael Perelman. 2006. Railroading Economics: The Creation of the Free Market Mythology . New York: Monthly Review Press.
[viii] O asociarse con ellos.
[ix] Ver: Naomi Klein. 2007. The Shock Doctrine. The Rise of Disaster Capitalism . Canada: Alfred A. Knopf.
[x] Ver: Miguel Baraona. 2005. Puntos de fuga . pp. 95-101. LOM: Santiago de Chile.
[xi] Lo que en forma irónica se produce paralelamente con el auge de la retórica económica y política sobre el “libre mercado”, ese espejismo ideológico que nunca se da en realidad bajo el capitalismo.
[xii] Expresado desde el punto de vista estadístico, en coeficientes de Gini que revelan desigualdades abrumadoras y crecientes entre ricos y pobres en casi todos los países del orbe; pero, sobre todo, en aquellos en los que el neoliberalismo avanza con mayor éxito, como Chile, por ejemplo, que pasa a incorporarse al grupo de las diez economías más desiguales del orbe.
[xiii] Ver: Hyman Minsky. 1993." Financial Instability Hypothesis " en, Handbook of Radical Political Economy. Arestis y Sawyer (eds). New York: The Jerome Levy Economics Institute.
[xiv] Que contenían valores altamente especulativos, sostenidos por hipotecas de escasa o ninguna confiabilidad.
[xv] Ver: Jorge Beinstein. 3/3/09. “Señales de implosión” en, Rebelión . www.rebelion.org/noticia.php?id=81659.
[xvi] Lo que, debido a la discriminación laboral pro géneros, se traduce en salarios inferiores para un trabajo idéntico, lo que resulta en una bonanza suplementaria e inesperada para el capital.
[xvii] Ver: Eric Janszen. 23-2-2009. “Road to Ruin: Final Stretch” en. ITulip.com.
[xviii] Arriesgado curso de acción que China ha seguido, por dos razones esenciales: 1. Para mantener vivo el mercado de consumo interno de los Estados Unidos que absorbe 20% de sus exportaciones totales; 2. Y, asimismo, para mantener bajo el valor de sus moneda –lo que le permite exportar barato y competir mejor- y sostener el valor del dólar mediante compras masivas de él.
[xix] Que consigue mantenerse en esta situación privilegiada gracias a lo que A.G. Frank acertadamente llamó “posicionamiento”.
[xx] Es decir, mediante una destrucción de capital fijo que permite un crecimiento comparativo del capital variable, lo que en el diagnóstico clásico de Marx, facilita en parte la recuperación de la tasa de la ganancia promedio.
[xxi] Es posible incluso que, como señalan algunos economistas seguidores de la escuela Austriaca, el keynesianismo sólo prolongó la recuperación al impedir que las fuerzas del mercado empujaran a una crisis profunda y devastadora, seguida de una rápida recuperación igualmente dramática. Es en efecto probable que esto haya sido así, pero también es por igual cierto que sin el paliativo keynesiano, la situación social y política se hubiese tornado insostenible dentro de los países capitalistas, y la gravedad brutal del desempleo y la pobreza, hubiesen provocado grandes estallidos populares y revueltas que habrían dado al trasto con todo el sistema capitalista. De manera que el keynesianismo no fue una fórmula económica ideal para salvar al capitalismo, pero sin duda permitió que este sobreviviese desde el punto de vista social, durante la peor de sus crisis. Los economistas burgueses que piensan que la economía es un sistema que funciona con leyes y mecanismos propios, que están al margen de la sociedad en su conjunto, habrían desatado las fuerzas del mercado y, con ello, revoluciones incontenibles, que hubiesen tornado el tema estrictamente económico en algo banal e intrascendente.