13-11-2008
La crisis del 2008 marca un cambio de época en el comportamiento de la economía mundial y en el paradigma ideológico dominante en los países centrales.
La especulación financiera alentada por la desregulación de las transacciones en mercados inundados por la liquidez generada por el déficit de los pagos internacionales de los Estados Unido y otros factores, culmina en un desorden gigantesco del mundo del dinero. La intervención masiva del Estado de esos países para restablecer el orden y, seguramente, sostener la demanda efectiva para limitar el contagio en la economía real, reinstala la presencia de las políticas públicas en el comportamiento de las economías nacionales y del sistema global.
La especulación financiera alentada por la desregulación de las transacciones en mercados inundados por la liquidez generada por el déficit de los pagos internacionales de los Estados Unido y otros factores, culmina en un desorden gigantesco del mundo del dinero. La intervención masiva del Estado de esos países para restablecer el orden y, seguramente, sostener la demanda efectiva para limitar el contagio en la economía real, reinstala la presencia de las políticas públicas en el comportamiento de las economías nacionales y del sistema global.
Llega así a su fin el período de la hegemonía neoliberal inaugurado en la década de 1970 y formalizado durante los gobiernos del presidente Reagan y la primera ministra Thatcher. Vuelve a abrirse un vacío en el pensamiento hegemónico de los centros, como sucedió desde la crisis de los años ’30 hasta principios de 1970. En ese escenario surgió, en América latina, un pensamiento alternativo liderado, primero, desde la Argentina, y, luego, desde la CEPAL, por Raúl Prebisch.
Ahora, en el marco de la crisis mundial del 2008 y de los pobres resultados del neoliberalismo en nuestros países, volvemos a confrontar con el desafío de analizar la realidad desde nuestras propias perspectivas y diseñar estrategias viables de desarrollo, nacional y regional, dentro del orden global. Es necesario, entonces, recordar la trayectoria de los acontecimientos que culminaron en la situación actual, explorar el rumbo posible del orden mundial a partir de la resolución de esta crisis y sacar las conclusiones pertinentes a la posición de nuestros países en la globalización.
1. De la “escasez de dólares” al patrón dólar. A partir de1945 y en el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos cumplieron un papel decisivo en la reconstrucción de las naciones que participaron en la Segunda Guerra Mundial, principalmente, de las economías de Europa occidental y Japón. Inicialmente, los déficits de pagos de esos países con los Estados Unidos fueron cubiertos con programas de ayuda, como el Plan Marshall y medidas proteccionistas y de control de cambios de los países deficitarios.
En ese entonces, la “escasez de dólares” reflejó los desequilibrios de los pagos internacionales de la posguerra. Hacia finales de la década de 1950 la rápida recuperación de Europa y Japón permitió la progresiva liberalización del comercio y el abandono de las restricciones a los pagos internacionales.
A partir de allí se produjo una transformación radical en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos y de la economía mundial. La economía norteamericana comenzó a generar crecientes déficits en su balance comercial y en la cuenta corriente del balance de pagos, derivado de la baja propensión al ahorro de la población, las inversiones de filiales de empresas norteamericanas y el déficit fiscal acrecentado por los compromisos militares en el exterior, agravados en situaciones de guerra, como sucedió en Vietnam en 1966-1972 y actualmente en Irak y Afganistán.
El déficit fiscal y en los pagos internacionales refleja el hecho de que el gasto de la economía de la primera economía del mundo excede el ingreso generado por la producción nacional de bienes y servicios más los ingresos por los capitales norteamericanos invertidos en el resto del mundo. Este cambio en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos provocó varias devaluaciones del dólar respecto de las otras monedas principales, las cuales no restablecieron el equilibrio en los pagos norteamericanos.
En definitiva, el país no se vio forzado a ajustar su gasto al ingreso debido a su posición hegemónica en la economía mundial. La misma le confiere el privilegio de que su moneda nacional sea reconocida como el principal medio de pago internacional y de formación de reservas en el resto del mundo. De hecho, éste funciona como mercado financiero interno de los Estados Unidos con una capacidad ilimitada de absorber la oferta de dólares resultante del déficit norteamericano.
En la década de 1960, varios países cambiaron sus tenencias de dólares por las reservas de oro norteamericanas. El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon suspendió las ventas de las reservas oficiales oro. Éste fue el final del régimen de tipos de cambios con paridades fijas referidas al oro, inaugurado con los acuerdos de Bretton Woods.
En diciembre del mismo año, los gobiernos del Grupo de los Diez establecieron, en el Acuerdo del Smithsonian, el nuevo régimen de paridades flotantes. De allí en más no prosperaron iniciativas para sustituir la creación de liquidez internacional en torno del patrón dólar por medios alternativos, como los derechos especiales de giro y, por lo tanto, de imponer finalmente un proceso de ajuste a la economía norteamericana. El sistema siguió así funcionando con el déficit continuo de los pagos norteamericanos y la acumulación de dólares en el resto del mundo.
La consecuente expansión de la liquidez internacional posibilitó la emergencia de nuevas operaciones denominadas en dólares en el resto del mundo (los eurodólares).
Otra fuente adicional de liquidez surgió con el aumento de los precios del petróleo a fines de 1973 y los petrodólares en manos de los miembros de la la Organización de los Países Exportadores de Petróleo. Este proceso de aumento de la liquidez a un ritmo que multiplicaba el crecimiento de las transacciones reales convergió con la cada vez más profunda globalización de la economía mundial.
En efecto: el comercio mundial creció a tasas vecinas al 10% anual desde el fin de la guerra en 1945 hasta principios de los años ’70. A su vez, la expansión de las corporaciones transnacionales integró las cadenas de valor escala planetaria. Al interior de las matrices y sus filiales surgieron excedentes, cuyo rendimiento, en mercados financieros cada vez más integrados, convirtió al arbitraje de las variaciones de paridades y tasas de interés en una actividad tanto o más importante para la rentabilidad que la producción misma.
Simultáneamente, la revolución informática y de las comunicaciones facilitó la integración de las plazas financieras, los bancos internacionalizaron sus operaciones a escala planetaria, surgieron diversidad de operadores no bancarios involucrados en las corrientes de capitales y se multiplicaron los activos y pasivos financieros y sus derivados.
En la década de 1970 ya estaba constituido un mercado financiero global, operativo, atendiendo a las diferencias de horario entre Tokio y Nueva York, las 24 horas siete días a la semana. En los mercados de cambios, cuyas operaciones diarias superan, actualmente, u$s2 billones, el 95% corresponde a movimientos de capitales especulativos de corto plazo. El cambio de expectativas y los comportamientos en manada de los operadores, contribuye a formar burbujas especulativas y a la volatilidad que caracteriza a los mercados financieros contemporáneos.
2. De Keynes al neoliberalismo. A fines de la década de 1960 y principios de la siguiente se acumularon tensiones inflacionarias en la economía mundial. Las principales economías industriales registraron aumentos de precios de dos dígitos bajo el impacto de políticas fiscales expansivas y, en el caso de los EE.UU., los gastos por la guerra de Vietnam. Simultáneamente, aumentaron los precios de los alimentos y materias primas, en parte, impulsados por la especulación en commodities.
Entre 1972y 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron y terminaron de configurar un escenario de alta inflación simultáneamente con la desaceleración de la economía mundial y el aumento del desempleo. Fue el período de stagflation que culminó con el abandono del paradigma keynesiano, prevaleciente desde la década de 1930 y durante el período dorado de la posguerra (1945-1970).
A partir de entonces, la lucha contra la inflación se convirtió en el objetivo dominante de la política económica de los países centrales. El aumento de las tasas de interés profundizó las tendencias recesivas en la economía mundial y deprimió los precios de los productos primarios. América latina, que se había endeudado en la fase expansiva del crédito internacional, quedo atrapada por servicios que excedían su capacidad de pagos.
La crisis de la deuda latinoamericana y el inicio de la “década perdida de los ’80”, se formalizó con la suspensión de los pagos de la de México en agosto de 1982. A comienzos de la década de 1980, Ronald Reagan y Margaret Thatcher consolidaron las nuevas orientaciones de la política económica de los países centrales en torno de la desregulación de los mercados, la apertura de las economías, la reducción de la intervención del Estado y la prioridad de la estabilidad de los precios en las políticas monetaria y fiscal de los países centrales.
En América latina estas políticas, definidas como el Consenso de Washington, dieron lugar a estrategias que, en la Argentina, culminaron con el endeudamiento hasta el límite de la insolvencia y la extranjerización del control de los principales sectores y empresas de la economía. Los tipos de cambio sobrevaluados, prevalecientes en varios países en el transcurso de la década de 1990, debilitaron la competitividad de las economías y atrajeron capitales especulativos, en un escenario de abundancia del financiamiento internacional.
Las políticas “neoliberales” fueron propicias para la continua expansión de las corrientes de capitales especulativos. En la década de 1990 y principios de la siguiente, el proceso fue favorecido por las políticas de bajas tasas de interés en los Estados Unidos, las cuales estimularon el consumo a crédito y, en el caso de los inmuebles, dieron lugar a un sustancial aumento de sus valores y a una nueva plataforma para el mayor aumento del crédito hipotecario.
La sofisticación de los intermediarios, en un contexto desregulado, multiplicó la diversidad de activos financieros y aumentó su rentabilidad sobre fundamentos insustentables.
Finalmente, la crisis de las hipotecas subprime arrastró a la totalidad de los mercados financieros, incluso a las operaciones interbancarias y al crédito. Entre principios de octubre del 2007 y el 2008, la caída de los valores en todos los mercados de capitales del mundo supero los u$s27 billones, equivalentes a casi dos veces el PBI de los Estados Unidos y el 40% del mundial.
3. EL REGRESO DEL ESTADO. En diversos momentos, la especulación globalizada dio lugar al estallido de crisis en los mercados, como sucedió con las caídas de las acciones puntocom, la insolvencia de algunos operadores y los problemas de deuda de varios países de Asia, Rusia y América latina. Sin embargo, en ningún caso, hasta el descalabro del 2008, la crisis comprometió a la totalidad de las plazas de los países centrales (inclusive las operaciones bancarias y el crédito de consumo e inversión) y al mercado financiero internacional ni afectó, como ahora, a la economía real.
Probablemente, antes del fin de este año 2008 la intervención masiva de los gobiernos de los países centrales en los mercados financieros pondrá un piso a la crisis del mundo del dinero y comenzará una recuperación de valores. Seguramente surgirán nuevos marcos regulatorios que eviten en el futuro trastornos de vasto alcance, como el actual. Las consecuencias de estos hechos sobre la economía real están en pleno proceso. En los Estados Unidos, la pérdida de riqueza virtual provocada por la caída de los valores de los activos financieros y reales y el alto nivel de endeudamiento de las familias, está deprimiendo el consumo y, como arrastre, la inversión. Cabe esperar ahora otras intervenciones públicas para sostener la actividad y el empleo. El paradigma
neoliberal se ha derrumbado en el marco de una crisis de amplio alcance.
El enfoque keynesiano, destinado administrar la demanda agregada para sostener la producción y el empleo, vuelve a instalarse, en el marco de una presencia masiva del Estado en el funcionamiento de los mercados, con dos fines principales: por una parte, restablecer el orden en el funcionamiento del mundo del dinero con vistas a ponerle un piso a la caída de valores de acciones y deuda, que no tiene relación con los datos reales de la economía, como no la tuvo, en la fase del auge, la subida explosiva de las cotizaciones. Las supuestas “expectativas racionales” de los mercados que, en la realidad, son la expresión extrema de la especulación irracional, será rescatada por las “decisiones racionales” de los Estados de las mayores economías industriales. Por la otra, sostener la demanda agregada, la producción y el empleo en las economías nacionales
y, por lo tanto, mantener las corrientes de comercio e inversiones privadas directas internacionales.
4. LA FUNCIÓN KEYNESIANA DE LA ECONOMÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS. En este escenario subsiste el extraordinario rasgo del orden global contemporáneo referido al déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y a la disponibilidad del resto del mundo de financiarlo, absorbiendo papeles de deuda y dólares norteamericanos. Las reservas internacionales del resto del mundo están constituidas en dos terceras partes por dólares y las mayores economías han invertido gran parte de sus excedentes de pagos internacionales en deuda de la tesorería norteamericana. Esta situación plantea el interrogante de qué sucedería con el sistema monetario internacional si los países acreedores se desprendieran masivamente de sus activos financieros denominados en dólares.
La pregunta es, probablemente, irrelevante, porque no es previsible que la Unión Europea, Japón, China, ni ningún otro de los gobiernos de las mayores economías del mundo se desprenda masivamente de sus tenencias de dólares. Por dos motivos principales: por una parte, porque nadie está interesado en desestabilizar el sistema. Por la otra, porque el déficit norteamericano expande la demanda agregada a nivel mundial e impulsa la producción y la acumulación de capital del resto del mundo.
Detengámonos brevemente sobre esta segunda cuestión. El déficit de los pagos internacionales de la economía norteamericana instaló una función keynesiana a nivel global. Algunas de las economías más dinámicas, como fue la de Japón en su fase de expansión y, actualmente, China, tienen una capacidad de generación de excedentes y de ahorro que no es totalmente absorbida por la inversión, aunque supere, como en China, el 30% del PBI. La baja capacidad de absorción de las economías superavitarias más dinámicas refleja la distribución interna del ingreso y tasas de ganancias, que no encontrarían destino en la inversión si no fuera por el déficit de los Estados Unidos.
Además, el ingreso en los mercados mundiales de bienes producidos en economías emergentes de bajos costos y salarios, contribuyó a moderar las presiones inflacionarias en las economías avanzadas.
En definitiva, todos se benefician con la situación. La población norteamericana se permite un nivel de gasto superior a su ingreso y las economías superavitarias una tasa de acumulación y crecimiento mayor, en el contexto de la expansión de las actividades de la frontera tecnológica y la profunda transformación de la estructura productiva.
La interdependencia de las principales economías es así profunda y en todos los planos, incluso en la dinámica ahorro-inversión. América latina también se benefició porque el dinamismo de las economías emergentes de Asia confirió nuevo impulso a la economía mundial y, en los últimos años, contribuyó al aumento de la demanda de alimentos, energía y materias primas, que se reflejó en un sostenido aumento de precios de los commodities.
5. PERSPECTIVAS. Está por verse si la salida de la actual crisis de la economía internacional modificará, o no, ese comportamiento de la economía de los Estados Unidos.
Si sucede, será probablemente gradual con una depreciación del dólar respecto de las principales monedas, el fortalecimiento de la competitividad de la producción norteamericana y el aumento del ahorro interno. Respecto de los países superavitarios, la respuesta está en la ampliación de los mercados internos y el consecuente aumento de la capacidad de absorción, en primer lugar en China e India, cuyas poblaciones constituyen el 40% de la mundial. Esto requiere una redistribución progresiva del ingreso en esos países. Una tercera vía, viabilizada por la mayor presencia de los Estados en la asignación de los recursos, sería emplear parte de los excedentes de los países superavitarios en programas de desarrollo de los países y regiones atrasados del planeta y de preservación del medio ambiente.
Pasada la extraordinaria crisis del 2008, se verá que siguen en pie los mismos problemas anteriores al tsunami financiero actual. Vale decir, las asimetrías en la capacidad de los países de gestionar el conocimiento y crecer, las agresiones al medio ambiente, las amenazas a la paz y la seguridad internacionales. Es posible, aunque poco probable, que los países centrales saquen conclusiones de estos hechos y observen que, con esfuerzos muchísimo menores que los empleados para rescatar al sistema de sus propios problemas, sería posible poner en marcha programas de cooperación internacional.
Los mismos serían decisivos para acabar, en plazos históricos breves, con las calamidades que afectan a centenares de millones de seres humanos y, en ese contexto, contribuir a erradicar la violencia, el narcotráfico y otros azotes observables en el mundo contemporáneo. Permitirían, también, transferir la actual función keynesiana del déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos a los programas de cooperación para el desarrollo económico y humano a escala planetaria.
¿Qué enseñanzas nos dejan los acontecimientos actuales a países en desarrollo, como la Argentina y los hermanos de América latina?: en cierto sentido, nada nuevo.
Concluir que, para defenderse de las turbulencias externas, es preciso tener la casa en orden, es decir, operar con sólidos equilibrios macroeconómicos en las finanzas públicas y los pagos internacionales. Concluir, también, que el desarrollo económico sigue siendo lo que siempre fue, es decir, la construcción de cada sociedad, en su espacio nacional, de las sinergias esenciales para desplegar su potencial de recursos, generando y asimilando el conocimiento disponible.
Vale decir que los acontecimientos actuales vuelven a demostrar el papel fundamental de la densidad nacional de los países para vivir con lo suyo, abiertos al mundo, en el comando de su propio destino. Así como Keynes vuelve al Norte, aquí, en el Sur latinoamericano, vuelven Raúl Prebisch, Celso Furtado y los otros fundadores del estructuralismo latinoamericano, como referencia esencial para enfrentar con éxito los desafíos que plantea la emergencia de un nuevo orden mundial a partir de la resolución de la extraordinaria crisis del 2008.
Aldo Ferrer
Director Editorial
de Buenos Aires Económico
Ahora, en el marco de la crisis mundial del 2008 y de los pobres resultados del neoliberalismo en nuestros países, volvemos a confrontar con el desafío de analizar la realidad desde nuestras propias perspectivas y diseñar estrategias viables de desarrollo, nacional y regional, dentro del orden global. Es necesario, entonces, recordar la trayectoria de los acontecimientos que culminaron en la situación actual, explorar el rumbo posible del orden mundial a partir de la resolución de esta crisis y sacar las conclusiones pertinentes a la posición de nuestros países en la globalización.
1. De la “escasez de dólares” al patrón dólar. A partir de1945 y en el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos cumplieron un papel decisivo en la reconstrucción de las naciones que participaron en la Segunda Guerra Mundial, principalmente, de las economías de Europa occidental y Japón. Inicialmente, los déficits de pagos de esos países con los Estados Unidos fueron cubiertos con programas de ayuda, como el Plan Marshall y medidas proteccionistas y de control de cambios de los países deficitarios.
En ese entonces, la “escasez de dólares” reflejó los desequilibrios de los pagos internacionales de la posguerra. Hacia finales de la década de 1950 la rápida recuperación de Europa y Japón permitió la progresiva liberalización del comercio y el abandono de las restricciones a los pagos internacionales.
A partir de allí se produjo una transformación radical en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos y de la economía mundial. La economía norteamericana comenzó a generar crecientes déficits en su balance comercial y en la cuenta corriente del balance de pagos, derivado de la baja propensión al ahorro de la población, las inversiones de filiales de empresas norteamericanas y el déficit fiscal acrecentado por los compromisos militares en el exterior, agravados en situaciones de guerra, como sucedió en Vietnam en 1966-1972 y actualmente en Irak y Afganistán.
El déficit fiscal y en los pagos internacionales refleja el hecho de que el gasto de la economía de la primera economía del mundo excede el ingreso generado por la producción nacional de bienes y servicios más los ingresos por los capitales norteamericanos invertidos en el resto del mundo. Este cambio en el comportamiento de los pagos internacionales de los Estados Unidos provocó varias devaluaciones del dólar respecto de las otras monedas principales, las cuales no restablecieron el equilibrio en los pagos norteamericanos.
En definitiva, el país no se vio forzado a ajustar su gasto al ingreso debido a su posición hegemónica en la economía mundial. La misma le confiere el privilegio de que su moneda nacional sea reconocida como el principal medio de pago internacional y de formación de reservas en el resto del mundo. De hecho, éste funciona como mercado financiero interno de los Estados Unidos con una capacidad ilimitada de absorber la oferta de dólares resultante del déficit norteamericano.
En la década de 1960, varios países cambiaron sus tenencias de dólares por las reservas de oro norteamericanas. El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon suspendió las ventas de las reservas oficiales oro. Éste fue el final del régimen de tipos de cambios con paridades fijas referidas al oro, inaugurado con los acuerdos de Bretton Woods.
En diciembre del mismo año, los gobiernos del Grupo de los Diez establecieron, en el Acuerdo del Smithsonian, el nuevo régimen de paridades flotantes. De allí en más no prosperaron iniciativas para sustituir la creación de liquidez internacional en torno del patrón dólar por medios alternativos, como los derechos especiales de giro y, por lo tanto, de imponer finalmente un proceso de ajuste a la economía norteamericana. El sistema siguió así funcionando con el déficit continuo de los pagos norteamericanos y la acumulación de dólares en el resto del mundo.
La consecuente expansión de la liquidez internacional posibilitó la emergencia de nuevas operaciones denominadas en dólares en el resto del mundo (los eurodólares).
Otra fuente adicional de liquidez surgió con el aumento de los precios del petróleo a fines de 1973 y los petrodólares en manos de los miembros de la la Organización de los Países Exportadores de Petróleo. Este proceso de aumento de la liquidez a un ritmo que multiplicaba el crecimiento de las transacciones reales convergió con la cada vez más profunda globalización de la economía mundial.
En efecto: el comercio mundial creció a tasas vecinas al 10% anual desde el fin de la guerra en 1945 hasta principios de los años ’70. A su vez, la expansión de las corporaciones transnacionales integró las cadenas de valor escala planetaria. Al interior de las matrices y sus filiales surgieron excedentes, cuyo rendimiento, en mercados financieros cada vez más integrados, convirtió al arbitraje de las variaciones de paridades y tasas de interés en una actividad tanto o más importante para la rentabilidad que la producción misma.
Simultáneamente, la revolución informática y de las comunicaciones facilitó la integración de las plazas financieras, los bancos internacionalizaron sus operaciones a escala planetaria, surgieron diversidad de operadores no bancarios involucrados en las corrientes de capitales y se multiplicaron los activos y pasivos financieros y sus derivados.
En la década de 1970 ya estaba constituido un mercado financiero global, operativo, atendiendo a las diferencias de horario entre Tokio y Nueva York, las 24 horas siete días a la semana. En los mercados de cambios, cuyas operaciones diarias superan, actualmente, u$s2 billones, el 95% corresponde a movimientos de capitales especulativos de corto plazo. El cambio de expectativas y los comportamientos en manada de los operadores, contribuye a formar burbujas especulativas y a la volatilidad que caracteriza a los mercados financieros contemporáneos.
2. De Keynes al neoliberalismo. A fines de la década de 1960 y principios de la siguiente se acumularon tensiones inflacionarias en la economía mundial. Las principales economías industriales registraron aumentos de precios de dos dígitos bajo el impacto de políticas fiscales expansivas y, en el caso de los EE.UU., los gastos por la guerra de Vietnam. Simultáneamente, aumentaron los precios de los alimentos y materias primas, en parte, impulsados por la especulación en commodities.
Entre 1972y 1973 los precios del petróleo se cuadruplicaron y terminaron de configurar un escenario de alta inflación simultáneamente con la desaceleración de la economía mundial y el aumento del desempleo. Fue el período de stagflation que culminó con el abandono del paradigma keynesiano, prevaleciente desde la década de 1930 y durante el período dorado de la posguerra (1945-1970).
A partir de entonces, la lucha contra la inflación se convirtió en el objetivo dominante de la política económica de los países centrales. El aumento de las tasas de interés profundizó las tendencias recesivas en la economía mundial y deprimió los precios de los productos primarios. América latina, que se había endeudado en la fase expansiva del crédito internacional, quedo atrapada por servicios que excedían su capacidad de pagos.
La crisis de la deuda latinoamericana y el inicio de la “década perdida de los ’80”, se formalizó con la suspensión de los pagos de la de México en agosto de 1982. A comienzos de la década de 1980, Ronald Reagan y Margaret Thatcher consolidaron las nuevas orientaciones de la política económica de los países centrales en torno de la desregulación de los mercados, la apertura de las economías, la reducción de la intervención del Estado y la prioridad de la estabilidad de los precios en las políticas monetaria y fiscal de los países centrales.
En América latina estas políticas, definidas como el Consenso de Washington, dieron lugar a estrategias que, en la Argentina, culminaron con el endeudamiento hasta el límite de la insolvencia y la extranjerización del control de los principales sectores y empresas de la economía. Los tipos de cambio sobrevaluados, prevalecientes en varios países en el transcurso de la década de 1990, debilitaron la competitividad de las economías y atrajeron capitales especulativos, en un escenario de abundancia del financiamiento internacional.
Las políticas “neoliberales” fueron propicias para la continua expansión de las corrientes de capitales especulativos. En la década de 1990 y principios de la siguiente, el proceso fue favorecido por las políticas de bajas tasas de interés en los Estados Unidos, las cuales estimularon el consumo a crédito y, en el caso de los inmuebles, dieron lugar a un sustancial aumento de sus valores y a una nueva plataforma para el mayor aumento del crédito hipotecario.
La sofisticación de los intermediarios, en un contexto desregulado, multiplicó la diversidad de activos financieros y aumentó su rentabilidad sobre fundamentos insustentables.
Finalmente, la crisis de las hipotecas subprime arrastró a la totalidad de los mercados financieros, incluso a las operaciones interbancarias y al crédito. Entre principios de octubre del 2007 y el 2008, la caída de los valores en todos los mercados de capitales del mundo supero los u$s27 billones, equivalentes a casi dos veces el PBI de los Estados Unidos y el 40% del mundial.
3. EL REGRESO DEL ESTADO. En diversos momentos, la especulación globalizada dio lugar al estallido de crisis en los mercados, como sucedió con las caídas de las acciones puntocom, la insolvencia de algunos operadores y los problemas de deuda de varios países de Asia, Rusia y América latina. Sin embargo, en ningún caso, hasta el descalabro del 2008, la crisis comprometió a la totalidad de las plazas de los países centrales (inclusive las operaciones bancarias y el crédito de consumo e inversión) y al mercado financiero internacional ni afectó, como ahora, a la economía real.
Probablemente, antes del fin de este año 2008 la intervención masiva de los gobiernos de los países centrales en los mercados financieros pondrá un piso a la crisis del mundo del dinero y comenzará una recuperación de valores. Seguramente surgirán nuevos marcos regulatorios que eviten en el futuro trastornos de vasto alcance, como el actual. Las consecuencias de estos hechos sobre la economía real están en pleno proceso. En los Estados Unidos, la pérdida de riqueza virtual provocada por la caída de los valores de los activos financieros y reales y el alto nivel de endeudamiento de las familias, está deprimiendo el consumo y, como arrastre, la inversión. Cabe esperar ahora otras intervenciones públicas para sostener la actividad y el empleo. El paradigma
neoliberal se ha derrumbado en el marco de una crisis de amplio alcance.
El enfoque keynesiano, destinado administrar la demanda agregada para sostener la producción y el empleo, vuelve a instalarse, en el marco de una presencia masiva del Estado en el funcionamiento de los mercados, con dos fines principales: por una parte, restablecer el orden en el funcionamiento del mundo del dinero con vistas a ponerle un piso a la caída de valores de acciones y deuda, que no tiene relación con los datos reales de la economía, como no la tuvo, en la fase del auge, la subida explosiva de las cotizaciones. Las supuestas “expectativas racionales” de los mercados que, en la realidad, son la expresión extrema de la especulación irracional, será rescatada por las “decisiones racionales” de los Estados de las mayores economías industriales. Por la otra, sostener la demanda agregada, la producción y el empleo en las economías nacionales
y, por lo tanto, mantener las corrientes de comercio e inversiones privadas directas internacionales.
4. LA FUNCIÓN KEYNESIANA DE LA ECONOMÍA DE LOS ESTADOS UNIDOS. En este escenario subsiste el extraordinario rasgo del orden global contemporáneo referido al déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos y a la disponibilidad del resto del mundo de financiarlo, absorbiendo papeles de deuda y dólares norteamericanos. Las reservas internacionales del resto del mundo están constituidas en dos terceras partes por dólares y las mayores economías han invertido gran parte de sus excedentes de pagos internacionales en deuda de la tesorería norteamericana. Esta situación plantea el interrogante de qué sucedería con el sistema monetario internacional si los países acreedores se desprendieran masivamente de sus activos financieros denominados en dólares.
La pregunta es, probablemente, irrelevante, porque no es previsible que la Unión Europea, Japón, China, ni ningún otro de los gobiernos de las mayores economías del mundo se desprenda masivamente de sus tenencias de dólares. Por dos motivos principales: por una parte, porque nadie está interesado en desestabilizar el sistema. Por la otra, porque el déficit norteamericano expande la demanda agregada a nivel mundial e impulsa la producción y la acumulación de capital del resto del mundo.
Detengámonos brevemente sobre esta segunda cuestión. El déficit de los pagos internacionales de la economía norteamericana instaló una función keynesiana a nivel global. Algunas de las economías más dinámicas, como fue la de Japón en su fase de expansión y, actualmente, China, tienen una capacidad de generación de excedentes y de ahorro que no es totalmente absorbida por la inversión, aunque supere, como en China, el 30% del PBI. La baja capacidad de absorción de las economías superavitarias más dinámicas refleja la distribución interna del ingreso y tasas de ganancias, que no encontrarían destino en la inversión si no fuera por el déficit de los Estados Unidos.
Además, el ingreso en los mercados mundiales de bienes producidos en economías emergentes de bajos costos y salarios, contribuyó a moderar las presiones inflacionarias en las economías avanzadas.
En definitiva, todos se benefician con la situación. La población norteamericana se permite un nivel de gasto superior a su ingreso y las economías superavitarias una tasa de acumulación y crecimiento mayor, en el contexto de la expansión de las actividades de la frontera tecnológica y la profunda transformación de la estructura productiva.
La interdependencia de las principales economías es así profunda y en todos los planos, incluso en la dinámica ahorro-inversión. América latina también se benefició porque el dinamismo de las economías emergentes de Asia confirió nuevo impulso a la economía mundial y, en los últimos años, contribuyó al aumento de la demanda de alimentos, energía y materias primas, que se reflejó en un sostenido aumento de precios de los commodities.
5. PERSPECTIVAS. Está por verse si la salida de la actual crisis de la economía internacional modificará, o no, ese comportamiento de la economía de los Estados Unidos.
Si sucede, será probablemente gradual con una depreciación del dólar respecto de las principales monedas, el fortalecimiento de la competitividad de la producción norteamericana y el aumento del ahorro interno. Respecto de los países superavitarios, la respuesta está en la ampliación de los mercados internos y el consecuente aumento de la capacidad de absorción, en primer lugar en China e India, cuyas poblaciones constituyen el 40% de la mundial. Esto requiere una redistribución progresiva del ingreso en esos países. Una tercera vía, viabilizada por la mayor presencia de los Estados en la asignación de los recursos, sería emplear parte de los excedentes de los países superavitarios en programas de desarrollo de los países y regiones atrasados del planeta y de preservación del medio ambiente.
Pasada la extraordinaria crisis del 2008, se verá que siguen en pie los mismos problemas anteriores al tsunami financiero actual. Vale decir, las asimetrías en la capacidad de los países de gestionar el conocimiento y crecer, las agresiones al medio ambiente, las amenazas a la paz y la seguridad internacionales. Es posible, aunque poco probable, que los países centrales saquen conclusiones de estos hechos y observen que, con esfuerzos muchísimo menores que los empleados para rescatar al sistema de sus propios problemas, sería posible poner en marcha programas de cooperación internacional.
Los mismos serían decisivos para acabar, en plazos históricos breves, con las calamidades que afectan a centenares de millones de seres humanos y, en ese contexto, contribuir a erradicar la violencia, el narcotráfico y otros azotes observables en el mundo contemporáneo. Permitirían, también, transferir la actual función keynesiana del déficit de los pagos internacionales de los Estados Unidos a los programas de cooperación para el desarrollo económico y humano a escala planetaria.
¿Qué enseñanzas nos dejan los acontecimientos actuales a países en desarrollo, como la Argentina y los hermanos de América latina?: en cierto sentido, nada nuevo.
Concluir que, para defenderse de las turbulencias externas, es preciso tener la casa en orden, es decir, operar con sólidos equilibrios macroeconómicos en las finanzas públicas y los pagos internacionales. Concluir, también, que el desarrollo económico sigue siendo lo que siempre fue, es decir, la construcción de cada sociedad, en su espacio nacional, de las sinergias esenciales para desplegar su potencial de recursos, generando y asimilando el conocimiento disponible.
Vale decir que los acontecimientos actuales vuelven a demostrar el papel fundamental de la densidad nacional de los países para vivir con lo suyo, abiertos al mundo, en el comando de su propio destino. Así como Keynes vuelve al Norte, aquí, en el Sur latinoamericano, vuelven Raúl Prebisch, Celso Furtado y los otros fundadores del estructuralismo latinoamericano, como referencia esencial para enfrentar con éxito los desafíos que plantea la emergencia de un nuevo orden mundial a partir de la resolución de la extraordinaria crisis del 2008.
Aldo Ferrer
Director Editorial
de Buenos Aires Económico
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