19-03-2009 /
Desde principios de la década de 1970, el mundo del dinero se convirtió en el espacio dominante del capitalismo y principal organizador de las reglas de la globalización. En las últimas cuatro décadas, el valor de los activos cotizados en todos los mercados de capitales del mundo, creció tres veces más rápido que el PBI mundial. La euforia financiera generó niveles insostenibles de deuda. En los Estados Unidos, la deuda pública y privada, representa actualmente casi tres veces el PBI norteamericano. La deuda de las familias norteamericanas es 50% mayor que su ingreso disponible y en Gran Bretaña, 100 por ciento. El apalancamiento es aun mucho mayor en el sector financiero. En los Estados Unidos y la Unión Europea la relación deuda a capital propio de los bancos de inversión es entre 25 y 30 a 1.
Estos niveles gigantescos de deuda se han difundido en el sistema global. Según el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, los movimientos transfronterizos de capital pasaron a representar del 5% del PBI mundial en 1990 a cerca del 25% en la actualidad. Esos movimientos son esencialmente de fondos especulativos como lo revela el hecho de que de los más de u$s2 billones que se mueven diariamente en los mercados de cambios del mundo, el 95% corresponde a operaciones especulativas de arbitrajes de tasas de interés, cotizaciones bursátiles y paridades de divisas.
El desarrollo de la globalización financiera fue facilitada por la revolución informática que redujo drásticamente los costos de transacción entre todas las plazas financieras. Pero, sobre todo, fueron facilitadas por la desregulación de las transacciones promovidas por los gobiernos de los países centrales, bajo el liderazgo norteamericano.
En el pasado, la globalización financiera soportó varios momentos críticos provocados por crisis de deuda de países emergentes, derrumbe de cotizaciones en algunos sectores económicos o insolvencia de agentes financieros. Pero, todos esos episodios, afectaron segmentos parciales del mercado, no se generalizaron a todo el mundo del dinero ni contagiaron severamente a la economía real de los países y al comercio internacional. En la actualidad, en cambio, la crisis inaugurada, en el 2007, con el derrumbe de las hipotecas subprime norteamericanas y que alcanzó su máxima intensidad en la segunda mitad del 2008, es una conmoción que abarca a las actividades especulativas y al crédito a la actividad económica real.
El derrumbe compromete a la totalidad del sistema, a las mayores entidades de los principales países e implica, una pérdida de riqueza virtual, comparable a la registrada durante la gran crisis mundial de los años ’30. El colapso de las cotizaciones es de una dimensión gigantesca. Entre fines del 2007 y a la actualidad, el valor de mercado de los activos financieros negociados en todas las Bolsas de Valores del mundo, cayó en alrededor de u$s30 billones. La pérdida equivale a dos veces el PBI norteamericano y el 40% del PBI mundial. El desplome de más del 90% del valor de mercado de entidades financieras emblemáticas es asombroso.
EL OCASO DEL NEOLIBERALISMO. La crisis no sólo es una enorme perturbación de la “coyuntura”, del corto plazo. Implica el derrumbe del mundo del dinero que fue el principal eje organizador de las relaciones económicas internacionales de las últimas décadas y de la ideología hegemónica de los países centrales del sistema. Ideología que tanta influencia ejerció en América latina, bajo el paradigma del Consenso de Washington. En nuestra región, el predominio de la estrategia neoliberal durante el largo período de la hegemonía del mundo del dinero, debilitó el proceso de transformación y no resolvió los problemas sociales y la desigualdad prevalecientes. Existen experiencias nacionales diversas, pero ésa fue la tendencia predominante. La Argentina proporciona el ejemplo más extremo de este proceso.
Los intereses del campo financiero conformaron la ideología dominante en la economía mundial, el neoliberalismo. El liberalismo clásico promovió la liberación de los mercados reales y monetarios en condiciones de equilibrio macroeconómico. En cambio, el neoliberalismo impulsó la liberalización, aun a costas de tales equilibrios, si el resultado era aumentar la demanda de crédito y las oportunidades de la especulación. De este modo, los países centrales promovieron en las economías en desarrollo rápidas y profundas reformas “estructurales” pro mercado, sin la adecuada evaluación de los costos y beneficios de tales reformas y su impacto sobre el desarrollo y los equilibrios del sistema.
En su tiempo, Raúl Prebisch denominó “pensamiento céntrico” a las ideas, con las cuales las potencias dominantes organizaban el orden mundial. La ideología del mundo del dinero reinstaló la hegemonía de las ideas de las mayores economías industriales. En los centros, esa ideología debilitó el crecimiento de la producción y el empleo y fue determinante en la evolución macroeconómica, el empleo y la distribución del ingreso. Finalmente, provocó la actual crisis mundial. En la periferia fue fatal, porque, al mismo tiempo, debilitó los procesos de transformación productiva y la capacidad de gestionar el conocimiento.
La visión neoliberal explica el apoyo de los mercados y el FMI, a políticas de tipo de cambio de equilibrio de mercado (TCEM). El mismo es determinado por la oferta y demanda de divisas en el corto plazo, aun cuando, en el mediano y largo, provoque desequilibrios inmanejables y frene el desarrollo. Éste es un fenómeno particularmente observable en los países subdesarrollados especializados en las exportaciones de productos primarios. Las consecuencias de la apreciación del tipo de cambio fueron desestimadas porque aumentaba la demanda de fondos para financiar los crecientes desequilibrios macroeconómicos y las oportunidades de la especulación financiera. Las entradas de capital especulativo reforzaron la apreciación cambiaria. La experiencia argentina, bajo el programa económico del período 1976-1982 y durante el régimen en la década del ’90, es el más claro ejemplo en esta materia.
No toda la periferia se subordinó a la ideología neoliberal. América latina fue su escenario principal. En cambio, los países emergentes de Asia, reiterando el patrón de conducta del Japón durante su acelerado desarrollo de la posguerra, no se sometieron al pensamiento céntrico. Los Estados nacionales sostuvieron tipos de cambio de equilibrio desarrollista (TCED). Sus políticas activas jugaron un papel fundamental en la capacidad de gestionar el conocimiento, asimilar tecnología y transformar la estructura productiva incorporando las actividades industriales de la vanguardia tecnológica. Construyeron capitalismos nacionales fundados en procesos endógenos de acumulación, abiertos al mundo, al comercio exterior y la inversión privada directa extranjera, pero manteniendo el comando nacional de la acumulación y el protagonismo de las empresas locales. Tal fue la experiencia de los “tigres asiáticos”, principalmente, Corea y Taiwán, y de los dos “gigantes”: China e India.
Varios de esos países, cometieron deslices financieros creando, en sus mercados internos, burbujas asociadas a la especulación financiera, como sucedió, por ejemplo, con la crisis de Corea de 1997. Pero, antes, habían respondido bien a los desafíos de la globalización, a través de la transformación de sus estructuras productivas y el fuerte contenido nacional de su estrategia. De este modo, a breve plazo, a diferencia con la crisis de la deuda de América latina, resolvieron las crisis financieras, sin perder el comando de su proceso de desarrollo. De todos modos, la fuerte contracción del comercio internacional golpea más intensamente ahora a los países en los cuales las exportaciones jugaron un papel más importante en su transformación productiva y crecimiento. El caso más notorio en la actualidad es Singapur.
En resumen, el desafío que enfrentamos ahora no es sólo responder a las consecuencias de “coyuntura” de la crisis, sino replantear, al mismo tiempo, la estrategia de desarrollo, integración regional e inserción en el orden mundial globalizado. La primera tarea es, entonces, entender, desde nuestras propias perspectivas, el funcionamiento del sistema global para diseñar estrategias válidas de desarrollo.
Estos niveles gigantescos de deuda se han difundido en el sistema global. Según el Banco de Pagos Internacionales de Basilea, los movimientos transfronterizos de capital pasaron a representar del 5% del PBI mundial en 1990 a cerca del 25% en la actualidad. Esos movimientos son esencialmente de fondos especulativos como lo revela el hecho de que de los más de u$s2 billones que se mueven diariamente en los mercados de cambios del mundo, el 95% corresponde a operaciones especulativas de arbitrajes de tasas de interés, cotizaciones bursátiles y paridades de divisas.
El desarrollo de la globalización financiera fue facilitada por la revolución informática que redujo drásticamente los costos de transacción entre todas las plazas financieras. Pero, sobre todo, fueron facilitadas por la desregulación de las transacciones promovidas por los gobiernos de los países centrales, bajo el liderazgo norteamericano.
En el pasado, la globalización financiera soportó varios momentos críticos provocados por crisis de deuda de países emergentes, derrumbe de cotizaciones en algunos sectores económicos o insolvencia de agentes financieros. Pero, todos esos episodios, afectaron segmentos parciales del mercado, no se generalizaron a todo el mundo del dinero ni contagiaron severamente a la economía real de los países y al comercio internacional. En la actualidad, en cambio, la crisis inaugurada, en el 2007, con el derrumbe de las hipotecas subprime norteamericanas y que alcanzó su máxima intensidad en la segunda mitad del 2008, es una conmoción que abarca a las actividades especulativas y al crédito a la actividad económica real.
El derrumbe compromete a la totalidad del sistema, a las mayores entidades de los principales países e implica, una pérdida de riqueza virtual, comparable a la registrada durante la gran crisis mundial de los años ’30. El colapso de las cotizaciones es de una dimensión gigantesca. Entre fines del 2007 y a la actualidad, el valor de mercado de los activos financieros negociados en todas las Bolsas de Valores del mundo, cayó en alrededor de u$s30 billones. La pérdida equivale a dos veces el PBI norteamericano y el 40% del PBI mundial. El desplome de más del 90% del valor de mercado de entidades financieras emblemáticas es asombroso.
EL OCASO DEL NEOLIBERALISMO. La crisis no sólo es una enorme perturbación de la “coyuntura”, del corto plazo. Implica el derrumbe del mundo del dinero que fue el principal eje organizador de las relaciones económicas internacionales de las últimas décadas y de la ideología hegemónica de los países centrales del sistema. Ideología que tanta influencia ejerció en América latina, bajo el paradigma del Consenso de Washington. En nuestra región, el predominio de la estrategia neoliberal durante el largo período de la hegemonía del mundo del dinero, debilitó el proceso de transformación y no resolvió los problemas sociales y la desigualdad prevalecientes. Existen experiencias nacionales diversas, pero ésa fue la tendencia predominante. La Argentina proporciona el ejemplo más extremo de este proceso.
Los intereses del campo financiero conformaron la ideología dominante en la economía mundial, el neoliberalismo. El liberalismo clásico promovió la liberación de los mercados reales y monetarios en condiciones de equilibrio macroeconómico. En cambio, el neoliberalismo impulsó la liberalización, aun a costas de tales equilibrios, si el resultado era aumentar la demanda de crédito y las oportunidades de la especulación. De este modo, los países centrales promovieron en las economías en desarrollo rápidas y profundas reformas “estructurales” pro mercado, sin la adecuada evaluación de los costos y beneficios de tales reformas y su impacto sobre el desarrollo y los equilibrios del sistema.
En su tiempo, Raúl Prebisch denominó “pensamiento céntrico” a las ideas, con las cuales las potencias dominantes organizaban el orden mundial. La ideología del mundo del dinero reinstaló la hegemonía de las ideas de las mayores economías industriales. En los centros, esa ideología debilitó el crecimiento de la producción y el empleo y fue determinante en la evolución macroeconómica, el empleo y la distribución del ingreso. Finalmente, provocó la actual crisis mundial. En la periferia fue fatal, porque, al mismo tiempo, debilitó los procesos de transformación productiva y la capacidad de gestionar el conocimiento.
La visión neoliberal explica el apoyo de los mercados y el FMI, a políticas de tipo de cambio de equilibrio de mercado (TCEM). El mismo es determinado por la oferta y demanda de divisas en el corto plazo, aun cuando, en el mediano y largo, provoque desequilibrios inmanejables y frene el desarrollo. Éste es un fenómeno particularmente observable en los países subdesarrollados especializados en las exportaciones de productos primarios. Las consecuencias de la apreciación del tipo de cambio fueron desestimadas porque aumentaba la demanda de fondos para financiar los crecientes desequilibrios macroeconómicos y las oportunidades de la especulación financiera. Las entradas de capital especulativo reforzaron la apreciación cambiaria. La experiencia argentina, bajo el programa económico del período 1976-1982 y durante el régimen en la década del ’90, es el más claro ejemplo en esta materia.
No toda la periferia se subordinó a la ideología neoliberal. América latina fue su escenario principal. En cambio, los países emergentes de Asia, reiterando el patrón de conducta del Japón durante su acelerado desarrollo de la posguerra, no se sometieron al pensamiento céntrico. Los Estados nacionales sostuvieron tipos de cambio de equilibrio desarrollista (TCED). Sus políticas activas jugaron un papel fundamental en la capacidad de gestionar el conocimiento, asimilar tecnología y transformar la estructura productiva incorporando las actividades industriales de la vanguardia tecnológica. Construyeron capitalismos nacionales fundados en procesos endógenos de acumulación, abiertos al mundo, al comercio exterior y la inversión privada directa extranjera, pero manteniendo el comando nacional de la acumulación y el protagonismo de las empresas locales. Tal fue la experiencia de los “tigres asiáticos”, principalmente, Corea y Taiwán, y de los dos “gigantes”: China e India.
Varios de esos países, cometieron deslices financieros creando, en sus mercados internos, burbujas asociadas a la especulación financiera, como sucedió, por ejemplo, con la crisis de Corea de 1997. Pero, antes, habían respondido bien a los desafíos de la globalización, a través de la transformación de sus estructuras productivas y el fuerte contenido nacional de su estrategia. De este modo, a breve plazo, a diferencia con la crisis de la deuda de América latina, resolvieron las crisis financieras, sin perder el comando de su proceso de desarrollo. De todos modos, la fuerte contracción del comercio internacional golpea más intensamente ahora a los países en los cuales las exportaciones jugaron un papel más importante en su transformación productiva y crecimiento. El caso más notorio en la actualidad es Singapur.
En resumen, el desafío que enfrentamos ahora no es sólo responder a las consecuencias de “coyuntura” de la crisis, sino replantear, al mismo tiempo, la estrategia de desarrollo, integración regional e inserción en el orden mundial globalizado. La primera tarea es, entonces, entender, desde nuestras propias perspectivas, el funcionamiento del sistema global para diseñar estrategias válidas de desarrollo.
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